lunes, 6 de febrero de 2017

El impuesto de la muerte o la muerte por impuestos

             Se habla mucho, en estos días, sobre la cuestión del impuesto de sucesiones, particularmente abusivo en comunidades autónomas como Asturias y Andalucía. No es que sea algo nuevo, sino que, como bien todos sabemos, los temas periodísticos tienen su tiempo y su lugar, y lo que ayer no era noticia, lo es hoy de forma desaforada, debiéndonos amoldar a la tiranía de la prensa, que es la que parece decidir qué asunto es importante y cuál no, llegando a la paradoja de que es la prensa, y no los gobiernos, la que dirige nuestras vidas, o al menos nuestras críticas. Ya se sabe, lo que no se publica ni siquiera existe.
             No voy a entrar a valorar lo justo o lo injusto de tal impuesto, porque me da igual, ya que creo que la mayoría de los impuestos son injustos. No crean que soy un antisistema, aunque cada vez dejo de serlo un poco menos, porque evidentemente un país necesita de unos impuestos recaudados a sus ciudadanos para poder seguir existiendo. Y esto no es nuevo, comenzó a ocurrir cuando se empezaron a crear los primeros asentamientos humanos mínimamente organizados, incluso antes de la aparición de las primeras ciudades-estado. Así, es lógico que los impuestos existan, a la vez que también es lógico que sean injustos, puesto que quien los pone es quien se beneficia de ellos. Y esto también ha sido así siempre. Como no estamos descubriendo la rueda ni nada parecido, lo único que puedo tratar aquí es del porqué en España, que es lo que me interesa, y ahora, no en la Historia, los impuestos son como son, y atañen a quien atañen.
             De tal forma, siendo los impuestos injustos de per se, la cuestión es conocer la razón de que en España sean más injustos que en otros lugares del mundo. Tampoco descubro el fuego si digo que la razón principal de que España sea uno de los países con una presión fiscal más alta es por la mala gestión que los políticos han realizado en los últimos cuarenta años. Ya todos saben que España posee el triple de políticos que Alemania, un país que casi dobla nuestra población. Esto quiere decir que España posee seis veces más políticos por habitante que Alemania, un país que casi todos advierten que está mejor gestionado que el nuestro. Y lo mejor de todo es que Alemania está más descentralizada que España, cosa curiosa. Por tanto no es la descentralización el verdadero problema, aunque influye, y mucho, ya que cuando los gestores son malos, cuantos más haya, peor. Y ése si es el verdadero problema.
             O sea, que debemos acudir a la implantación de nuestra Constitución y la creación de nuestra democracia para ir al germen del problema. Si preguntamos a la mayoría de los españoles, éstos estarán de acuerdo con la existencia de las comunidades autónomas, porque desean huir de una supuesta tiranía de un gobierno centralizado, y más si nos damos cuenta de la calidad de nuestros políticos, que en las pocas ocasiones que han podido disfrutar de una mayoría absoluta en las Cortes, en su gobierno central, han hecho y deshecho como han querido, sin preguntar a propios ni extraños y ejerciendo casi una dictadura de corto recorrido. El español medio parece que no está programado para la contemporización, sino más bien para el porquemedalagana.
             Ahora bien, si preguntamos a los mismos que antes estarían totalmente de acuerdo con la existencia de comunidades autónomas, seguro que dirán que también quieren que todos los españoles seamos iguales. Aquí niego la mayor, como ya comenté en la entrada La utopía de la Igualdad, porque en realidad los españoles no desean la igualdad de todos sus compatriotas, sino la mayor igualdad de ellos mismos, es decir, que cada uno de ellos no desea ser menos que los demás y, si es posible, ser un poco mejor. Esto explicaría la contradicción que hay en que deseen la existencia de las comunidades autónomas pero, al mismo tiempo, quieran que haya una igualdad impositiva para todos ellos. Algo así no es posible, ni lógico, puesto que si quieres que haya comunidades autónomas, algunas tan absurdas como las de Asturias, Cantabria, La Rioja, Navarra, Madrid y Murcia, que sólo tienen una provincia a la que gobernar, es para que impongan sus propias leyes, ya sean de carácter impositivo o de educación. Pero claro, ahora resulta que queremos que haya comunidades autónomas para evitar un desproporcionado poder central pero que las leyes sean iguales para todos. Entonces, ¿para qué queremos las comunidades autónomas?
             Lo que los españoles deberíamos meditar en profundidad es la conveniencia de las comunidades autónomas. Solemos crecernos cuando hablamos de la Transición Democrática, poniéndola como ejemplo de cómo un país puede pasar de una dictadura a un democracia sin derramamiento de sangre, o con el menos posible, pero no nos damos cuenta que cuando haces una revolución, por pequeña que sea, no está completa sin el uso profiláctico de la guillotina. Si lo que quieres hacer es una revolución que contente a todo el mundo, como fue nuestro caso, donde hubo cabida a todos los ideales y a todas las personas, acabas por producir un ente con unas soluciones de compromiso que, a la larga, demostrará sus carencias y sus meteduras de pata. Y creo, sinceramente, que la generación y la generalización de las comunidades autónomas españolas fueron un fiasco de proporciones calamitosas. Permitirles a unos políticos que no ven más allá de sus narices que gestionen la educación de las siguientes generaciones o los impuestos a sus ciudadanos es hipotecarnos para el futuro y para el presente, respectivamente.
             Así, quizá sea hora de que los españoles decidamos si sería beneficioso votar una nueva constitución que haga desaparecer errores tales como las comunidades autónomas y, aunque yo no sea republicano, la existencia de un rey como presidente de la Nación. Pero lo que digo no es fácil, puesto que los españoles no nos ponemos de acuerdo ni para tomar el café, además que el sistema no nos permite votar lo que queramos, sino lo menos malo entre lo que hay. Por ejemplo, elucubrando un poco, si el PP fuese a las siguiente elecciones con un programa en el que habría que gasear a dos millones de personas y el PSOE con otro en que sólo debiésemos gasear a un millón, votaríamos al PSOE, por considerarlo menos malo, cuando lo que realmente tendríamos que hacer es levantarnos en masa y gasear a todos los políticos, tanto del PP como del PSOE, que hubiesen presentado tales programas.
             Al fin y al cabo somos españoles, con todo lo que ello implica... para lo bueno y para lo malo... sobre todo para lo malo.

             El Condotiero