miércoles, 26 de octubre de 2016

Involución o de cómo las neuronas disminuyen entre nuestros políticos

             Y es preocupante, oiga, porque queramos o no son ellos los llamados a gobernarnos. Que es evidente que el PSOE no está para gobernar nada, ni siquiera a sí mismo, pero al menos debería ocupar el puesto que los votantes le han otorgado, que no es otro que el del principal partido de la oposición, y hacerlo con la mayor dignidad posible y la mayor eficacia deseable.
             Todos sabemos a estas alturas que nuestros políticos no son lo mejorcito que hay en la Europa occidental, pero el circo que han montado y siguen montando es para pensarse aquello de la involución. Claro, es que cuando Darwin pensó en el método usado por la Naturaleza para adecuar la Evolución en plantas y animales no cayó en la cuenta que existía ya un animal, el Hombre, que se pasaba sus leyes por el arco del triunfo. No sólo los menos cualificados de la especie no tienden a desaparecer, sino que los aupamos a puestos de mayor poder, donde enchufan a sus seres más cercanos, iguales de torpes al parecer, por lo que serán los que más se reproduzcan, involucionando 100.000 años de logros humanos.
             Y no lo digo por decir. El PSOE es un partido político con mucha historia, con sus aciertos y sus errores, unos más y otros menos, dependiendo del pie con el que cojee el que lo lea, pero nadie puede decir que no sea un partido que haya luchado por la democracia española, primero poniendo su granito de arena en la época de la Transición Democrática y después perdiendo a mártires políticos en guerra abierta contra gentuza como los etarras. Pero lo que está ocurriendo en los últimos tiempos es deleznable desde todos los puntos de vista. Que los políticos de un partido se tiren los trastos a la cabeza es, hasta cierto punto de vista, normal. Siempre ha ocurrido y siempre sucederá. Recuerdo ahora una frase atribuida al genial parlamentario británico del S.XIX Benjamín Disraeli, que, a una pregunta sobre sus enemigos sentados en la bancada frente a él, el mismo contestó: «no se confunda, caballero, los que tengo frente a mí son mis adversarios, puesto que mis enemigos están sentados justo detrás de mí».
             De esta forma podemos ver que la lucha de poderes en los partidos políticos no es algo nuevo, incluso es algo bueno que puede hacer que las facciones dentro de un partido estén acostumbrados a la lucha dialéctica y, así, no se queden anquilosados en sus puestos de poder. Aunque siempre haciéndolo de la manera más solapada posible. Es evidente que nadie llega a presidente de un partido sin haber dejado por los escalones montones de cadáveres políticos, pero de ahí a hacerlo tan públicamente como lo está haciendo este PSOE, que incluso logra hacer que se tambalee la democracia española, hay un buen trecho.
             Lo último, la que están montando entre las distintas facciones por el tema de la abstención. Se están metiendo en un fregao que a ver cómo salen de él. Algunos quieren seguir con su idea del «no», por ganar réditos políticos ante sus votantes, como los socialistas catalanes, mallorquines y gallegos. Otros querrán seguir anclados en su «no» por ideas trasnochadas que nada tienen que ver con la democracia. Pero están en su derecho y obligarles a que se abstengan puede ser un error, ya que si no se atienen a la disciplina del partido las consecuencias pueden ser bastantes nocivas para el mismo PSOE. ¿Qué podría ocurrir? Si los echan del grupo parlamentario socialista, que es lo que tendrían que hacer si quieren mantener su estatus de poder, pasarían al grupo parlamentario mixto, por lo que en esta legislatura perdería el PSOE su posición de principal partido de la oposición, quedando por detrás de Podemos en número de diputados, con lo que el famoso «sorpasso» tendría lugar finalmente.
             Con esto podemos observar que el problema no tiene fácil solución, excepto la que yo he pensado, que al parecer a ningún magnífico gerifalte socialista se le ha ocurrido. Puestos a necesitar que Rajoy sea investido presidente por la mínima, sin mayoría absoluta y debiendo negociar todas y cada una de las leyes que el PP quiera sacar a relucir durante esta legislatura, situación nada mala para un PSOE que necesita como agua de mayo estos próximos cuatro años para su reestructuración, y que tampoco el PSOE pueda rendirse con armas y bagajes, sino dando una imagen de fortaleza como debiera ser en un partido abocado a dirigir la oposición parlamentaria, no veo el problema en que Susanita, como persona de gran influencia, junto con sus más allegados, convenzan a once parlamentarios socialistas para que se abstengan... pongamos quince, para mayor seguridad, anunciando posteriormente que el PSOE dará libertad de voto a sus parlamentarios a la hora de la investidura de Rajoy. Éste no necesita de la abstención de los 85 parlamentarios socialistas, le basta sólo el número propicio para que los «síes» sean más numerosos que los «noes» en una segunda ronda de votaciones. ¿Cuál es el problema? Ninguno. ¿Por qué a nadie se le ha ocurrido? Por el tema de la involución, seguro. ¿Por qué están todos ellos cobrando miles de euros a finales de mes y yo comiéndome los mocos? Creo que va a ser de nuevo por el tema de la involución...

             El Condotiero

miércoles, 5 de octubre de 2016

La cultura de la violencia

             En estos días que nos rodean, donde el tema recurrente de conversación es la caída al precipicio de Pedro Sánchez y su PSOE, yo me niego a tratar sobre él, precisamente porque me violenta. En cambio, mi deseo es divagar por algo que últimamente me preocupa bastante, y es la violencia que se está imponiendo a las formas. No una violencia física, que en ocasiones también, sino una violencia generalizada, en todos los ámbitos de nuestra vida, sin la cual es más que difícil sobrevivir en la sociedad actual. Lo increíble, lo realmente increíble, es que después de tantísimas etapas en la evolución humana y con tanta legislación que tenemos, parece como si en lugar de avanzar hacia una sociedad donde todos, y todas, no vaya a ser que alguien se me violente, pudiéramos convivir de forma pacífica con nuestros vecinos, estuviéramos involucionando y volviendo a la edad de las cavernas, donde el más fuerte hacía su voluntad.
             Como digo, vengo un tiempo observando que con buenas palabras no se llega a ningún sitio. Olvidaos ya de todo aquello que os enseñaron vuestros padres y analizad el mundo de hoy en día. Para ello no hace falta irse muy lejos, sólo con ir a la tienda de debajo de vuestra casa o coger el teléfono por una llamada recibida podréis confirmar de lo que os hablo. La inmensa mayoría de la gente se ha creado un escudo contra las buenas costumbres y la buena educación. Es casi imposible conseguir algo con buenas palabras, intentando llegar a entenderse con civismo y elocuencia. Si deseas que te hagan caso y no te tomen por el pito del sereno, lo mejor es hablar malsonante, para que tu interlocutor no confunda educación con debilidad; con un par de decibelios de más, no vaya a ser que confunda comedición con inseguridad; y de forma amenazadora, para que te escuche con atención y no crea que eres un pagafantas. Así, por lastimoso que parezca, mi experiencia de los últimos tiempos me ha enseñado que la única forma de que te tomen en serio es ir amenazando a todo el que se te cruza y no hay mejor frase que aquélla de «que estoy mu loco».
             Y no vayan a creer esto último de mí, puesto que si lo piensan bien es la absoluta verdad. ¿Cómo queremos, por tanto, que el mundo vaya bien si para cualquier tontería nos vemos obligados a sacar nuestro lado más violento?
             Llevo varios años ya flipando con lo que ocurre en EE.UU., con eso de las muertes indiscriminadas de afroamericanos, en español, negros, por parte de policías caucásicos, en español, blancos. Ha llegado la situación a tal punto que los mismos policías negros, en lugar de ponerse del lado de las víctimas de su misma raza, se dedican también a disparar primero y a preguntar después. ¿Y qué hacen las autoridades norteamericanas? Nada de nada. Siento decir esto, pero la minoría negra norteamericana no conseguirá arreglar el problema hasta que no salga a la calle y policía blanco, policía muerto. Es así, porque la violencia que se ha instalado en nuestra sociedad ha corroído todos los engranajes de ella. Hoy en día sería imposible un Mahatma Gandhi, aunque es probable que haya habido varios y los hayan masacrado, por imbéciles pacifistas.
             ¿Quién tiene la culpa de todo esto? Creo que es bastante complicado buscar un único culpable, porque en realidad todos tenemos nuestra pequeña parte de culpa. Desde los que ven cómo los violentos abusan de los más débiles en las escuelas y no sólo no hacen nada por evitarlo, sino que ríen las gracias; desde los que ven cómo se fraguan los acosos en los puestos de trabajo y no hacen nada, no vaya a ser que los siguientes sean ellos; desde que se instauró de forma desmesurada la cultura del «yo» en nuestra sociedad; desde los que compran las publicaciones amarillistas, en lugar de dejar que se pudran en los kioskos; desde los que ven programas de televisión donde se insultan unos a otros sin ton ni son, aunque sea puro teatrillo, pero algo queda; desde que programas como Gran Hermano se enseñorearon de la audiencia y los personajes más zafios y sociópatas son los que acaparan más seguidores; desde que los políticos dejaron de ser estadistas para luchar sólo por su puesto de trabajo... Hay tantos «desde que» que termina por ser aburrido, pero desde luego no ayudará a las siguientes generaciones, para que esto no siga ocurriendo, el que dejemos a nuestros hijos hacer con sus padres, vecinos y profesores lo que les dé la gana. Eso sí, hay coherencia por parte de los educadores, ya que les estamos educando para el mundo de hoy en día y en el que, supuestamente, van a vivir, porque sería contraproducente educar bien a tu hijo. Es lamentable, aunque cierto, que un niño bien educado será, con toda probabilidad, una víctima en el futuro. Para el mundo que estamos construyendo es necesario criar a los niños como auténticos tiranos que se porten como tales ante todo aquél que en el futuro se encuentren. Que el niño no será feliz en ese futuro no importa, porque ¿qué es la felicidad? ¿Se puede comprar? ¿Se puede robar al vecino? No, por lo tanto no vale nada.

             El Condotiero