miércoles, 10 de febrero de 2016

¡Yo también quiero!

             Voy a tratar en esta entada de un tema peliagudo y candente en los últimos meses, el de la corrupción, pero desde un punto de vista totalmente diferente a como se ha hecho hasta ahora, siempre tan acorde con el «qué bueno soy YO y qué buenos somos NOSOTROS, y qué malos son ELLOS». No sólo por pensar que dicha concepción del problema esté ya muy manido, sino por considerar que realmente es irreal y carente de verosimilitud.
Ya he comentado en varias ocasiones que tengo la firme creencia de que el español medio es un ser corrupto por naturaleza, desde el menos educado con el más ínfimo de los trabajos, o sin él, hasta el más preparado intelectualmente con el más alto cargo a sus espaldas. A excepción de, quizá, algún que otro iluminado por quién sabe qué, bicho raro donde los haya. Pero lo que digo no es con ánimo de ofender a todo aquél que me lea, puesto que yo también soy español, es sólo mi intención de constatar una verdad, por lo que a las pruebas me remito. Si alguien no ha comprado algo o pagado un servicio en negro (sin factura) o cobrado una venta o un servicio (sin factura o contrato) en su vida, que me escriba un comentario al respecto. De hecho, España es uno de los países de la Unión Europea con más alto índice de economía sumergida, con cerca del 27% en números oficiales, que seguro que son más en números reales. A excepción de Pedro Sánchez, que en un debate, no recuerdo cuál, dijo que él nunca lo había hecho. Porque hasta Pablo Iglesias y Albert Rivera lo reconocieron, en un extraño alarde de honestidad.
Todos, de una manera u otra, pasamos parte de nuestro tiempo ideando formas de ahorrarnos un dinerillo que debiera ir a parar a las arcas del Estado, o a manos de quienes se lo mereciera. Otro de los altos índices de los que los españoles podemos sentirnos «orgullosos» sería el de la piratería, ya sea de programas informáticos, de música, de películas y de libros. Al español medio le sabe raro y mal tener que pagar por un producto que puede conseguir de manera gratuita, aunque sea ilegal, haga daño a quien lo haga.
¿Quién no conoce a la funcionaria de turno que se quita de en medio durante dos horas de su jornada laboral para ir a realizar la compra de su hogar? Eso sí, esas dos horas se las remuneramos todos los españoles con nuestros impuestos. ¿Y el enchufismo? ¿Quién no ha escuchado nunca la curiosa cuantificación y cualificación de puntos que se observa en algunos de los concursos-oposición de ayuntamientos y diputaciones provinciales que pululan por las Españas? Por haber estudiado esto, tantos puntos; por tener experiencia en esto otro, tales puntos; por saber el idioma tal, no sé cuantos puntos; si has trabajado en el mismo puesto de trabajo que se oferta durante el último año, mil millones de trillones de puntos, cuando el último que ha trabajado en ese puesto de trabajo, como enchufado interino, ha sido Fulanito de Cual, que, por cierto, es primo del concejal Cual o sobrino de la presidenta de la diputación Cuala.
Nos quejamos del político menganito o zutanito que se ha embolsado por toda la face un par de millones de euros, con el daño que eso hace, no sólo por los dos millones de euros que él se lleva, sino por la cuantía total de esos millones que entre todos mangan. Pero es que es algo generalizado. El que gestiona cien bolígrafos en su puesto de trabajo, manga dos de ellos, y el que gestiona cien millones de euros de dinero público, pues se mete dos en sus bolsillos. Hombre, por Dios, dirán ustedes, ¿cómo vas a comparar robar dos bolígrafos con robar dos millones de euros? Evidentemente no es lo mismo por las consecuencias que ambos actos conllevan, sobre todo en cuestiones penales, pero sí quiero que entiendan que todos robamos en la medida de nuestras posibilidades: el que gestiona cien bolígrafos no puede agenciarse dos millones de euros, sino que su corrupción alcanzará las cotas más altas posibles dentro de su estatus, que será quedarse con bolígrafos.
¿Qué solución tiene esto? Poca, diría yo, porque los que pueden poner coto a este tremendo y dilatado desaguisado son los mismos que se ven beneficiados por ello, por lo que es evidente que jamás legislarán de forma dura y correctiva para aquellos que son descubiertos, ni tampoco pondrán los controles necesarios para que la corrupción no vuelva a producirse de manera generalizada. Pero… están saliendo ahora muchos casos, podrán decirme. Claro, pero solamente es la punta del iceberg. Creo, sinceramente, que sólo se están destapando los casos más flagrantes, los que conllevan el peligro de que se les desmonte el chiringuito. Pienso que la corrupción está tan generalizada e institucionalizada que los que se aprovechan de ella, guardándose «honradamente» unos 30.000 euritos de nada al año, sin que nadie se dé cuenta de ello, debido a su escasa cantidad, o el que tenga un Jaguar en el garaje, cosa tan normal que ni siquiera su esposa se haya podido coscar, son los que se echan las manos a la cabeza cuando alguien se embolsa 50 millones de euros, o 2.000, qué más da, pero es porque algo así es incapaz de taparse y mantenerse en el anonimato y se corre el peligro de que esos más ambiciosos acaben descubriendo el pastel de los más hacendosos.
Así, en un país donde al primero que le cae un carguito de poder le llueven las peticiones de enchufismo por parte de sus más o menos allegados, viéndose en la obligación moral de corresponderlos, cosa por otra parte comprensible, ya que si no lo hace él lo hará el siguiente, la solución cortoplacista es inviable. La corrupción forma parte de nosotros, nos rodea y nos envuelve con su manto invisible pero calentito, bajo el que todos queremos abrigarnos. Es como si formara parte de nuestros genes, de nuestra forma ancestral de vida. Y puede que sea cierto, todo es investigable. ¿Quién sabe? Quizá sea el fenotipo mediterráneo, o las aguas del mismo que han conformado los pueblos que a su alrededor han prosperado, porque los griegos y los italianos no se quedan tampoco atrás. De hecho, sólo hay que ver la herencia de corrupción que hemos dejado en los países colonizados por nuestros antepasados. Como yo le decía al tío de mi esposa, que es argentino, «tenéis lo que tenéis en Argentina por la mezcla de las sangres española e italiana. No es culpa vuestra», y él se reía de la chanza, aunque también reconocía la verdad que llevaba implícita.
Porque a un político anglosajón no hace falta pedirle que dimita cuando comete un fraude o se le pilla con las manos dentro de la caja, que también ocurre en menos ocasiones que aquí. Pero nuestra cultura mediterránea nos impide dimitir, puesto que esa palabra es muy fea, siendo el octavo de los pecados capitales. Incluso en los Mandamientos de Moisés, el undécimo decía aquello de «No dimitirás, por mucho que te presionen para ello».
Por tanto, si queréis que esto tenga remedio en un futuro, debéis empezar a educar a vuestros hijos, porque yo no tengo, en valores tales como el respeto a los demás, la honradez en el trabajo, la empatía hacia el resto de seres vivos, y alguno que otro más, pero olvidándonos de los antiguos valores de la democracia occidental, puesto que éstos se basan en la Igualdad, Fraternidad, Libertad y Entópalasaca.

El Condotiero

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