lunes, 30 de noviembre de 2015

Doctorados de saldo

             Mi cruzada contra los «expertos» continúa y preveo que no tendrá fin, puesto que las tertulias de todo tipo se afanan en soltar la mayor cantidad de estupideces posibles. La última que he detectado ha sido en el programa «Cuarto Milenio». No es que me sorprenda en demasía, puesto que comencé a leer un libro de su presentador, Iker Jiménez, abandonándolo en el capítulo en el que decía que la civilización cartaginesa era muy misteriosa. No le faltaba razón, ya que sería muy misteriosa para él, que al parecer la desconocía, pero seguro que no lo era para los especialistas en dicha cultura.
            Lo que sí me sorprendió fue la tontería que escuché anoche en relación a la futura longevidad humana, más que nada porque provenía de un doctor en medicina, especialista en temas de traumatología, pero que se estaba dedicando a estudiar las posibles causas del envejecimiento, para poder dilucidar cuál podría ser la esperanza de vida del ser humano futuro. La tontería que soltó fue la típica de la esperanza de vida pretérita, endilgándonos la pueril frase «en la antigüedad una persona con 20 o 25 años era ya un anciano».
            En fin, entiendo que algo así lo diga un profano en la materia, pero que nos lo suelte todo un doctor dice muy poco de las clases intelectuales españolas, sobre todo porque nadie saltó para contradecirle. Está muy arraigado el tema de que en la antigüedad la esperanza de vida era de 35 o 40 años. Él dijo que en la antigua Roma la esperanza de vida era de sólo 50 años. Pero es que los demógrafos saben que eso es mentira. Que la media de vida fuera esa no significa necesariamente que la esperanza de vida fuera tan corta. De hecho, se suelen basar en las edades de los enterramientos para realizar las medias, pero ése es un método fuera de toda lógica. Si tú coges dos cadáveres encontrados en una ciudad y uno era de un niño que murió con 1 año y el otro de un anciano que falleció con 79 años, sumas las edades, que te da 80 años, y la divides por el número de sujetos estudiados, esto es 2, resultando una edad media de 40 años. Y ahora vas y dices que según tu estudio la esperanza de vida para ese lugar y esa época era de 40 años. Falso del todo. Es cierto que en épocas anteriores a la nuestra había una gran mortandad infantil, pero también lo es que un niño que llegara a los 10 años era tan fuerte que lo lógico es que viviera muchos más, no sólo 35 o 40.
            Ejemplos de personajes que llegaron a los 80 años tenemos muchísimos, aún reconociendo que habría seguramente más, ya que es muy difícil datar las fechas de nacimiento de los grandes personajes históricos. Ni que decir tiene que aquellas personas que no destacaron en nada y que no han sido tenidas en cuenta por la Historia también deberían contarse y que, probablemente, habría muchas de ellas que habrían llegado a esas edades. Como ejemplo pongo 10 personajes famosos que llegaron a los 80 años, en diferentes siglos:
-         Ramsés II, 87? años (S.XIII a.C.)
-         Platón, 80 años (S.IV-III a.C.)
-         Eratóstenes, 80 años (S.III a.C.)
-         Livio Andrónico, 80 años (S.III a.C.)
-         Marco Porcio Catón, 85 años (S.III-II a.C.)
-         Marco Terencio Varrón, 89 años (S.II-I a.C.)
-         Miguel Ángel Buonarroti, 89 años (S.XV-XVI)
-         Tiziano, 90? años (S.XVI)
-         Isaac Newton, 84 años (S.XVII-XVIII)
-         Duque de Wellington, 83 años (S.XVIII-XIX)
            Tampoco es cierto que una persona fuera una anciana con 20 o 25 años. No sé de dónde se sacó esa información el susodicho doctor, pero es falso de solemnidad. Julio César murió de intolerancia masiva al hierro daguil, con sólo 56 años, pero estaba en la plenitud de la vida, planeando una nueva campaña militar contra los partos, para vengar a su amigo Craso, muerto en Carrae. Nadie puede decir, por muy doctor que sea, que Julio César fuera un anciano, y tenía ya 56 años. Su amigo y enemigo Cneo Pompeyo murió a los 58 años, después de que un peluquero egipcio se pasase de frenada en el corte, cayéndosele la cabeza. Tampoco era considerado un anciano por sus coetáneos. Nunca, jamás, ningún miembro de los Homo Sapiens Sapiens ha sido anciano con 20 años. Otra cosa es que pudiera estar enfermo y muriera joven, pero eso es harina de otro costal.
            Con esto no quiero decir que en la antigüedad todo el mundo llegara a los 100 años, ni mucho menos. Es cierto que las enfermedades eran más difíciles de combatir que hoy en día, pero hay multitud de personajes históricos que llegaron a los 70 años, que ya es más de lo que vivieron mis padres.
            La cuestión es por qué esta manía en los medios de comunicación por desinformar a sus espectadores/clientes, ya sea en temas de gran importancia, como los políticos, o en temas festivales, como al que yo hago alusión. Y es que el nivel medio de los profesores en España es penoso, incluso el de los universitarios, y luego nos quejamos por los informes internacionales acerca del nivel de nuestros estudiantes. Por fortuna, sé que existen excepciones a la regla y hay grandes profesionales en el mundo de la enseñanza, pero casi nunca salen en los medios de comunicación, quizá porque la tontería vende más que la verdad.

            El Condotiero

viernes, 27 de noviembre de 2015

Indefensos ante la plutocracia

             Estimo que esta entrada será corta, puesto que tampoco es que haya mucho que explicar. Creo que el 99% de los españoles está en contra de la medida denominada «impuesto al sol», ya que el 1% restante son los políticos que la quieren imponer y los dueños de las empresas eléctricas y sus familiares, que ya se están frotando las manos.
            Este impuesto, que a mí me parece más una estafa de tomo y lomo pero con carácter institucional, gravará a todo aquél que tenga placas solares, por lo que se la terminó conociendo como «impuesto al sol», y con razón. Lo más grave, y por ello la llamo estafa institucional, es que hay una ley que obliga a los edificios de nueva construcción a poner placas solares, por aquello de la sostenibilidad. Las placas solares no son baratas, oiga. Se calcula que una placa solar acaba siendo rentable después de 20 años de aprovechamiento, pero la gente las ha colocado por obligación o ha invertido una gran cantidad de dinero con la esperanza de que más tarde que pronto le vaya a resultar rentable.
            El tema de la factura eléctrica da para mucho, al igual que la del agua, por muchas razones y sería larguísimo de comentar. Invito, aun así, a que ustedes comprueben su propia factura de la luz. Verán cómo se consigue rizar el rizo, esto es, que ustedes pagan un impuesto sobre el que después se repercute el IVA. Y tachán-tachán, se produjo el milagro: estamos pagando un impuesto de un impuesto. Yo lo veo bastante ilegal, la verdad, o al menos amoral, pero esto no es sobre lo que quería hablar.
            Estábamos en el tema de que el Gobierno te obliga a poner unas carísimas placas solares y después te cruje con un «impuesto al sol», para que nadie deje de pagar. Lo único bueno que le veo a esto es que si los norteamericanos fueron los primeros en llegar a la Luna, los españoles hemos sido los primeros en apropiarnos del Sol, y eso, como español, me llena de orgullo y satisfacción.
            Chanzas aparte, lo que ya es para cachondearse de ellos (que no se enfaden, al fin y al cabo parece que es recíproco) son las explicaciones que nos dan para convencernos de que es justo que se imponga esa pernada. Sin falta de demagogia alguna te dicen que si tú estás conectado a la red eléctrica, aunque no consumas electricidad, puesto que tienes placas solares, ellos se ven en la obligación de comprar kilowatios, para que tú puedas usarlos cuando desees, o cuando se acumulen tres días nublados y tus placas digan tururú.
            Bien explicado podría parecer que tienen razón. Pero generalmente no suelen explicar bien las cosas, para empezar, y para terminar haré yo también un ejercicio de demagogia, a ver qué tal se me da:
            Visto como ellos aducen su obligación a bajarse los pantalones ante las empresas eléctricas españolas y nos crujen una vez más a impuestos, digo yo que deberíamos pagar a montones de empresas, porque nunca sabemos qué puede ocurrir en el futuro. Ejemplos: yo no tengo ningún Porsche, ni intención de comprármelo, pero ¿qué pasa si dentro de 15 años decido comprarme un Porsche y ya no existe la marca? En previsión posible, aunque no probable, tal y como están las cosas, de que yo el día de mañana quisiera comprarme un Porsche, debería estar pagando hoy en día un canon o impuesto o lo que sea a esa empresa, porque claro, cuando yo quiera comprarme un Porsche, ellos deberían tener uno disponible para mí. Esto, lógicamente, también ocurre con el resto de empresas de todo tipo. Usted vive en Canarias, pero no importa, usted debería pagar un canon a las empresas fabricantes de trineos de perros, porque ¿quién sabe si el día de mañana usted no querrá un trineo de perros para ir a darse una vuelta por Laponia?
            Sabiendo que esta entrada estará ahora mismo siendo estudiada en profundidad por los miembros de nuestro Gobierno, con gran interés, por cierto, les mando un cordial saludo, avisándoles que no me gustan los toros y que no me van a gustar nunca, seguro, soy sincero, aunque me obliguen a pagar un canon por si algún día me gustasen...

            El Condotiero

martes, 24 de noviembre de 2015

Seguimos sin querer aprender nada

             Tuve en el día de ayer una breve discusión por facebook con un joven ultra republicano que pretende dar lecciones de Historia a los demás, a raíz de un comentario bastante indignado acerca de una misa en una iglesia de Madrid en memoria de Francisco Franco. Yo, casi en tono de broma, le he mostrado mi disconformidad acerca de su diatriba, puesto que creo que si hay alguien en este país que necesita misas para que su alma vaya al cielo, es precisamente Franco. Le dije que, puesto que era tan asesino, era lógico que se le hicieran misas y que si él pensaba que no las merecía, quizá fuese porque estaba ya en el cielo, por lo que no sería tan asesino. La discusión, como ya he dicho, fue breve y creo que se debió a que el joven en cuestión está acostumbrado a que sus lectores le bailen el agua y le digan lo acertado que es, no estando familiarizado en dialogar con alguien que le contradiga aportando datos y coherencia.
            Sé que es un tema peliagudo y que, quizá, no todo el mundo piense igual, pero espero que al menos todos estén de acuerdo en que no se debería repetir lo ocurrido en 1936, por lo que creo que es de obligación que todos intentemos conocer la verdad y la verdad no se haya viendo la película Las libertarias, o asistiendo a un debate en 13TV. Hay que ser franco (adjetivo) con la Historia y con uno mismo, no sólo calzarse medallitas de exiliados, que tanto gusta hoy en día.
            Voy a escribir lo que creo que son algunas de las claves de la Historia de la Guerra Civil, sin ideologías que me subjetiven, puesto que me no me considero ni franquista ni comunista. Algunas gustarán, otras no tanto, pero es lo que sé al respecto, después de leer bastantes libros, de todos los palos de la baraja.
-         La II República no era de izquierdas. Sé que la gente con cierta cultura ya lo sabe, pero la mayoría de los españoles lo desconocen. La República es una forma de gobierno, no es un ideal. De hecho, de los tres gobiernos que hubo en la II República, el que más duró fue el de corte conservador.
-         La II República era un régimen totalmente legitimado. No es del todo cierto, puesto que nació tras unas elecciones municipales que, además, los republicanos no ganaron. Es cierto que sí vencieron en 41 de las 50 capitales de provincia, pero su número total de concejales era menor que el de los monárquicos, que habían logrado la victoria en casi la totalidad de las zonas rurales. Si bien no podemos afirmar que la II República fuera ilegal, tampoco podemos darnos golpes en el pecho sobre su legitimidad. Esto no quiere decir que si la II República no fuera legítima al 100%, por tanto el régimen franquista sí lo fuese. Ninguna dictadura es legítima, puesto que le arrebata el poder al pueblo, incluso si la dictadura es votada por el mismo, como ocurrió con la Alemania Nazi.
-         El 18 de julio no hubo ningún alzamiento nacional. Lo que hubo fue un golpe de estado con el que se pretendía tumbar la II República, pero al fallar en la mitad de España, más o menos, se formaron dos bandos, comenzando la Guerra Civil, que nadie quería.
-         La II República muere el 18 de julio de 1936. Eso es más complicado de explicar, pero lo intentaré. Cuando se arma a los milicianos, el poder pasa de los partidos políticos a los que tienen las armas. La II República deja de funcionar como tal y el gobierno español, legitimado en las urnas (no del todo cierto, como ya he explicado antes), se deslegitima él solito. A partir de entonces se lían a mamporros los comunistas y los anarquistas cada vez que pueden y los dirigentes de la otrora II República intentan lo posible por mantener alguna estructura de estado, sin conseguirlo en la mayoría de las ocasiones.
-         Nuestra Guerra Civil fue traumática, pero no más que las demás. Toda guerra es cruel, pero más la que se produce entre hermanos y vecinos, como son todas las guerras civiles. El bando franquista fusiló, y mucho, pero también el bando rojo. Se calcula que los franquistas asesinaron a unas 240.000 personas durante la guerra y la posguerra, pero los rojos asesinaron a unas 130.000 en sólo tres años. No había buenos ni malos, los rencores eran mutuos y la venganza, barata.
-         Franco, en un principio, no estaba destinado a ser el jefe de la rebelión. Esto ya lo he comentado en otra entrada y es absolutamente cierto. El golpe lo planeó el general Mola y el general Sanjurjo estaba destinado a ser el líder. La muerte de ambos en sendos accidentes aéreos colocó a Franco a la cabeza del bando nacional, aunque muchos generales no estaban de acuerdo con ello.
-         El régimen franquista no era fascista. Por mucho que nos duela, ya que una dictadura siempre es mala, no significa que ésta sea de corte fascista. Todas las dictaduras, todas, ya sean de izquierdas o de derechas, tienen cierto endiosamiento hacia sus líderes, pero en España fue menor hacia Franco que en las otras dictaduras de la época o posteriores. El resto de premisas que se necesitan para que un régimen sea considerado fascista, no se cumplen en la España franquista. Así, podemos tachar el régimen de dictadura, con todo lo malo que eso conlleva, pero no era un régimen fascista al uso. Lo siento.
-         Franco no era un inútil. Esto nos lo quieren hacer ver desde hace mucho tiempo y, si bien no era un Napoleón, desde el punto de vista militar, tampoco era tan tonto. De hecho, si así lo fuera, diría muy poco de aquellos a los que un tonto venció.
            Podría extenderme más aun, pero lo creo del todo innecesario. Considero estos puntos suficientes para recalcar lo equivocada que está gran parte de la población española. Todos estos puntos están completamente documentados, otra cosa es que les hagamos caso, prefiriendo una visión más acorde con nuestro ideario político o nuestra conveniencia.
            A lo que quiero referirme es que cuando un joven republicano me dice exactamente «Santos no los hubo en ningún lado, pero pretender igualar a quien le pega un pellizco de vez en cuando en el culo a alguna chica por la calle (estando feo, sí) con quien sabemos que es un violador múltiple es, en el mejor de los casos, de ignorante supino...», es que tenemos un problema grave, porque comparar la expresión «pegar un pellizco en el culo» con asesinar a 130.000 personas es de psicópata empedernido y sólo porque le conviene a sus intereses políticos. Y es muy grave, porque se supone que existió una amnistía durante la Transición Democrática, precisamente para pasar página y que no volviéramos a tirarnos los muertos a la cabeza, pero en España gusta mucho lo del «y tú más», aunque este sujeto directamente desprecia los muertos de un bando y se raja las vestiduras por las del otro, anteponiendo las beldades de su bienamada República, colocándose una venda en los ojos para no ver los errores que en ella se cometieron, tanto los partidos de derechas como los de izquierdas, pues ambos gobernaron en distintas fases de ella.
            Vuelvo a repetir, y no me cansaré de ello, que para que aprendamos de la Historia y que no se vuelvan a dar los mismos hechos, debemos ser fieles a la verdad y no tergiversarla para nuestros propios intereses. Quizá yo sea muy raro, pero no me gusta la incoherencia, venga de quien venga. Sólo respeto las opiniones de la gente que habla con ecuanimidad, no las que despotrican sin ton ni son sin haber leído un libro en su vida.

            El Condotiero

lunes, 23 de noviembre de 2015

La sistemática destrucción del estado del bienestar

             Asistí con interés a la entrevista que un periodista español, de los pocos no amordazados, o al menos eso parece, realizó al británico Owen Jones, con referencia a la situación que se está dando en el Reino Unido con los «canis», allí denominados chavs.
            Me parecieron muy curiosas algunas de las afirmaciones que hacía este joven escritor, ya que son tremendamente similares a algunas de las que yo hago, o mejor dicho, algunas de las que yo hago son similares a las suyas, puesto que él las dijo antes y además es alguien reconocido, no como yo, que soy un don nadie. Cierto es que sus estudios sociales recaen en la situación de su país, Reino Unido, pero no es menos cierto que podrían extrapolarse al nuestro, España, puesto que somos países pertenecientes a la misma civilización, la occidental, y al mismo ámbito político-social, esto es, la Unión Europea. Aunque puedan existir ciertos matices diferenciadores, el problema de base es absolutamente similar.
            La destrucción sistemática de la clase media española, bombardeada sin piedad desde los estamentos políticos y empresariales, desde que comenzó la crisis económica, allá por el año 2008, no ha tenido respuesta alguna por parte de aquellas fuerzas estabilizadoras que deberían haber contrarrestado ese desequilibrio social. Todo ello ha sido consecuencia de una galopante miopía sufrida por la clase alta, ya sean políticos o grandes empresarios. En la entrevista se dijo que los logros conseguidos por la clase obrera no habían sido donados por las clases altas, sino conquistados por aquélla. Los derechos no se prestan, se consiguen y, normalmente, después de una lucha a brazo partido. Esto no es discutible al 100%, aunque tampoco es del todo cierto. La segunda Revolución Industrial creó una numerosa clase social, la proletaria o trabajadora, que apenas ganaba para subsistir, vivía en insalubres cuchitriles de ladrillo rojo por donde la enfermedad pululaba a sus anchas y sus hijos apenas recibían educación, porque desde muy pequeños se veían forzados a trabajar para aportar algo a la maltrecha economía familiar. Pensar que estos esclavos modernos consiguieran promover el estado del bienestar por sus propios medios es, como mínimo, estar tuertos ante la verdad. Por supuesto que su participación fue necesaria y concluyente, pero no fue unitaria ni independiente. Fueron muchos los visionarios de las clases más altas los que apoyaron a las clases más bajas para luchar por sus derechos, como Henry Ford en EE.UU. y Harriet S.Weaver en Gran Bretaña. Y es lógico que esto sucediera, ya fuera por justicia social o por poseer una gran visión de futuro, como tuvo Ford, ya que es mejor ser el más rico en un país de ricos que ser el más rico en un país de pobres.
            Esta visión se está perdiendo en Europa occidental, pero sobre todo en España, donde los ricos son cada vez más ricos, la clase media se está empobreciendo y la clase trabajadora ha pasado a ser pobre. Hace sólo siete años el que era «mileurista» parecía el paria de nuestra sociedad y ahora ser un «mileurista» es un auténtico logro. Las clases altas de nuestra sociedad están ciegas ante el futuro que nos espera si esto no se arregla, pero es que el problema principal proviene de aquéllos que debían oponer resistencia a este distanciamiento de clases. Sí, me refiero a los sindicatos. Parece ser que en Reino Unido también están en franca decadencia, pero lo que ocurre en España es ya un esperpento. Han perdido todo su poder y, lo que es peor, el respeto de aquéllos a los que supuestamente representan. Están totalmente vendidos al Gobierno, aunque jamás lo reconocerán. Luego se quejan del franquismo y del Sindicato Vertical, o de los sindicatos amarillos creados por grandes grupos empresariales, pero ellos son exactamente lo mismo, aunque arropados con las banderas izquierdistas. Y no sólo me refiero a los escándalos de corrupción en su financiación o a los cursos de formación, de los que tanto conocemos en Andalucía, me quejo sobre todo de la indefensión en la que han abandonado a millones de personas, pertenecientes todas a la clase trabajadora, que se había convertido en la clase media-baja de nuestra sociedad, sostenedora del funcionamiento del estado, gracias a sus impuestos.
            Pero esto que digo no es nuevo, ya todos lo sabemos. Entonces, ¿por qué está indolencia del español medio? ¿Estamos tan lobotomizados por los medios de comunicación que no nos importa nuestra pérdida constante de derechos? A esta conclusión también ha llegado Owen Jones, al igual que yo, tal y como ya comenté en Ficción democrática en España, pues cuando unos pocos medios de comunicación controlan el panorama informativo, terminan siendo ellos los que gobiernan el sentir de la población. Ellos controlan qué se dice, cómo se dice y cuándo se dice, poniendo en la picota a quien quieren y dando relevancia a quienes les interesa. Mientras tanto, minuto a minuto perdemos más libertad, para contrarrestar el problema yihadista, algunos propietarios pierden sus casas, para ir a parar a manos de los bancos que nosotros hemos rescatado con nuestros impuestos y varios miembros de la clase media son expulsados de sus trabajos donde recibían nóminas de 1.500 €, para poder contratar a dos empleados a media jornada por 600 €, para ahorrarse algo de dinero mientras nuestro Gobierno se coloca medallitas porque el número de parados disminuye. Y lo consentimos, porque los medios nos hacen mirar hacia otro lado y porque mientras le pase al vecino, no me pasa a mí.
            Hemos perdido la conciencia de clase, que en España nunca ha sido muy fuerte, desde luego, pero nos hemos individualizado de forma feroz, impidiendo así la posibilidad de plantar cara de forma eficaz a todos aquellos que desean mantener sus privilegios por encima de lo moralmente aconsejable, porque yo no estoy en contra de los ricos (de hecho, quisiera ser uno de ellos), sólo estoy en contra de aquéllos que insisten en ser ricos a mi costa.

            El Condotiero

viernes, 20 de noviembre de 2015

Los beneficios de la ignorancia

             Tal y como están las cosas, en este siglo XXI, es muy difícil pensar en el futuro con optimismo. Podríamos enumerar: la última crisis económica que nos ha golpeado y que, probablemente, se repetirá en unos años, dando más poder a una clase privilegiada y minoritaria, en detrimento del resto de la población, cada vez más pobre y endeudada; la inseguridad latente en nuestras calles, donde corres peligro inminente de ser tiroteado o explosionado, en nombre de un Dios misericordioso, sin contar la tirada de dados adicional que realizas cada vez que te enfundas el mono de turista, sobre todo como vayas a ciertos países, pues tu avión puede ser destruido en vuelo, ya sea por una bomba dentro de una maleta o por el lanzamiento de un misil tierra-aire por parte de alguien al que le sobraba munición y mala leche, o tu visita a un interesante museo arqueológico se puede convertir en una visita al museo del horror; medioambientalmente hablando, lo llevamos crudo de aquí a pocos años, con un incremento salvaje de población en un mundo que está viendo cómo sus recursos naturales están disminuyendo de forma igualmente salvaje, dejándoles a vuestros descendientes, porque yo no tengo, la posibilidad cierta de viajar a Marte sin salir de nuestro planeta...
            Como iba diciendo, con estas negras perspectivas, es muy difícil pensar en el futuro con optimismo, por lo que si veis a alguien andando por la calle con una gran sonrisa, será seguramente porque se trate de un ignorante. La ignorancia es un don y hay que hacer muy poco para mantenerla. No es necesario entrenarse para ello. Aun así, desde todos los sectores de la sociedad se intenta que el ignorante siga siéndolo, bienintencionadamente, por supuesto, para que el ignorante siga siendo feliz y mantenga esa estúpida sonrisa. El mantra hoy tan escuchado de que la educación es importante es una absoluta falacia. La educación no es importante de por sí, de hecho puede ser hasta contraproducente. ¿Alguien duda que los yihadistas que se inmolan no estén educados? ¿Alguien duda que los niños de la Juventudes Hitlerianas no recibieran educación? La mala educación es mucho peor que la ignorancia supina. Al menos, el ignorante es feliz, porque, además, ignora que es ignorante.
            En esta semana de revuelo en Europa, con gran cantidad de tertulias y «expertos» sentados a mesas redondas, el listón de tontería está alcanzando niveles insospechados. Tan altos son, que me temo que haya algún tipo de orquestación para mantener en la ignorancia a millones de votantes. No es posible juntar a tanto supuesto «experto» ignorante a no ser que se haga deliberadamente. O eso, o hay tantos que lo contrario es complicado, es decir, encontrar a alguien que llame a las cosas por su nombre y diga las verdades tal y como son. Aunque, bien pensado, quizá esas verdades no son lo que la gente quiera escuchar. Porque la gente no es tonta y puede que quiera seguir siendo ignorante.
            Espero que no penséis que me puede la soberbia porque yo crea que no soy ignorante, ya que es todo lo contrario. El que se reconoce como ignorante es porque sabe de su ignorancia, por lo que está dispuesto a escuchar, a leer y a documentarse, al contrario de los ignorantes supinos, que creen que no son ignorantes, por lo que piensan que no tienen por qué escuchar a los demás, ni leer nada (no hay nada nuevo bajo el Sol, total, sólo se publican 70.000 libros al año, nada más que en España), ni documentarse de forma alguna para sus diatribas, puesto que sólo con escucharse a sí mismos ya tienen documentación suficiente.
            Todo esto viene a raíz de las «profundas» conclusiones que estoy escuchando estos días en boca de supuestos «expertos» en todo tipo de materias. La de hoy, es el terrorismo internacional; mañana será sobre la importancia del cubismo en la obra de Tiziano, y pasado, quizá, sobre la disyuntiva de maridar el pincho de tortilla con una buena copa de Vega Sicilia sin alcohol, o con hidromiel de Atapuerca, envejecido en barrica de 500.000 años.
            En fin, como muestra un botón, aunque hoy traigo dos, para que la chaqueta no se quede coja. La primera ha sido la magnífica frase que un eminente médico psiquiatra, usual de ciertas tertulias televisivas, ha dicho con referencia a los terroristas yihadistas: «...todos esos terroristas tienen un trastorno mental, están locos...» Dios mío, o suyo, o de quien sea, pero cómo es que no han llevado a ese hombre rápidamente a un hospital, después del golpe en la cabeza que se tenía que haber dado. O eso, o le tocó el título de médico psiquiatra en un tigretón (mala suerte, a mi sólo me tocaban estampas de futbolistas). Lo peor es que nadie le cantara las cuarenta y lo pusiera en su sitio. Sería porque al ser médico psiquiatra, sabría lo que se decía, pues es un «experto». Hay que ser tonto de capirote para pensar así, con lo peligroso que resulta, pues indica que aún seguimos sin comprender nada. Es más fácil echar la culpa a los demás que reconocer nuestros errores: lo que vulgarmente se conoce como poner el ventilador, para esparcir la mierda (pero ponte detrás, para que no te salpique). En esa misma tertulia se puso de manifiesto que los terroristas usaban una sustancia que se conoce por el nombre de «droga de los yihadistas», un compuesto químico que inhibe el dolor y el miedo, atenuando la empatía, según parece. Y es lógico, esos terroristas yihadistas son personas como nosotros, con miedo a la muerte. No creo que sea fácil meterse en su pellejo, pero ellos lo hacen convencidos de su misión sagrada, de su lucha por su Dios, y de la recompensa en el más allá para ellos y en el más acá para sus familias. Se inmolan, dando lo único que tienen, su vida, por mor de los demás, de sus demás, claro. En realidad, son unos héroes. Otra cosa es que estén profundamente equivocados, pero eso es culpa de la mala educación recibida, o de la limpieza de tarro a la que se han visto sometidos. Pero no están locos, al menos todos ellos, como el médico psiquiatra afirmaba.
            El otro botón de muestra es una frase que se la he escuchado a más de uno. En este caso son «expertos» en relaciones internacionales y globalización, que dicen, tan alegremente, que «...el terror es una nueva forma de guerra, al que debemos combatir y habituarnos a él...» Perdonen, señores «expertos», sin ánimo de ofender y siempre desde la ignorancia, por supuesto, pero me pregunto yo que si el terror es una nueva forma de combatir, qué eran los bombardeos a ciudades alemanas en la Segunda Guerra Mundial, qué fue lo que pasó en Guernica. No quiero tampoco dilatarme mucho en el tiempo y hacer referencia a los montones de ciudades saqueadas a lo largo de la Historia, o a los montones de cabezas cortadas que ponían los mongoles delante de las puertas de las ciudades asediadas, o a los bosques de empalados que alzaba Vlad el Empalador (Vlad Drácul) con sus enemigos turcos... Dejémoslo en sólo 70 años. Preguntémosles a los alemanes que tienen hoy en día más de 80 años si los bombardeos indiscriminados a sus ciudades eran terroríficos o no, o a los que todavía queden en Guernica y vivieron aquella pesadilla, internacionalizada por la genialidad de Picasso. Que en París han muerto 132 personas, de forma brutal, pero en Hamburgo perecieron más de 30.000 personas en varios ataques en el verano de 1943, y en Dresde cayeron otros 30.000 en tres días de bombardeo en febrero de 1945. Y esto es sólo un ejemplo, por no hablar de Hiroshima y Nagasaki, Que no me cuenten historias extrañas, porque yo he estado en Frankfurt, en su precioso centro histórico monumental medieval, que data de 1950, totalmente reconstruido tras los bombardeos, sin ningún tipo de objetivo militar que no fuera el terror.
            No quiero, de ninguna manera, comparar una cosa con la otra, pero me veo en la obligación de llamar la atención sobre la cantidad de sandeces que se están publicando estos días. Realmente, puede que sea mejor apagar el televisor, también la radio y no leer los periódicos, puesto que quizá sea más beneficioso mantenerse en la ignorancia absoluta que escuchar los comentarios de nuestros «expertos», que lo único que consiguen es maleducarnos, si les dejamos, claro.
            Me temo, tal y como están las cosas, que tendré que hacer nuevas entradas en un futuro. No puedo hacer nada por evitar lo que está ocurriendo, pero al menos puedo avisar. Ya dije que habría recortes de libertad... y en Francia van a tener tres duros meses por delante. Veremos qué ocurre en España, pero cierto guapo y joven político en alza ya está diciendo que internet debe ser vigilado y esposado, por si acaso. Si me encierran, al menos me quedará la posibilidad de escribir en las paredes de la celda, como hizo Renfield, que él sí que parecía estar un poco loco...

            El Condotiero

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Conocer nuestros orígenes para comprender nuestras diferencias

             Seguimos erre que erre empecinados en nuestra razón y nuestra soberbia. Pero lo malo no es escuchar pamplinas y falsedades, quizá algunas no de forma intencionada, aunque otras sí, de boca de supuestos «expertos» y periodistas que pretenden serlo, sino también de personas que tienen cierto poder, por muy temporal que sea, como el presidente Obama, de los EE.UU., que dijo en rueda de prensa, a raíz del ataque yihadista en París: «esto no sólo ha sido un ataque a Francia, sino a la humanidad». ¿Cómo que a la humanidad? Perdone, señor presidente, ha sido un ataque a Occidente, a su civilización y a su forma de vida, nada más. Decir que ha sido un ataque a toda la humanidad es lo más soberbio que he escuchado últimamente, ya que está dando por hecho que la civilización occidental ya ha dominado al resto de civilizaciones, haciéndose universal, por lo que un ataque a nuestra civilización presupone un ataque a todo el planeta.
            Otra cosa sería que en otros lugares del Mundo la gente pueda estar apenada por lo ocurrido, pero eso no tiene por qué significar que el ataque haya sido dirigido a ellos. Hasta que no comprendamos que la civilización occidental es una de las que existen hoy en día y no la única, seguiremos en guerra constante contra las demás. Tenemos que respetarlas, al igual que queremos que ellos respeten la nuestra. Se trata de un quid pro quo, pero estamos tan acostumbrados a sentirnos superiores, desde hace más de 500 años, que no pensamos que los demás puedan tener algo que aportar. Lo nuestro es lo mejor y punto. Porque lo digo yo. Así, en Occidente hemos abandonado los dogmas cristianos y nos hemos pasado al dogma occidental. Hemos pasado de ir a las Indias o a Asia y África como misioneros, evangelizando a la ignorante y pecadora población de aquellos lares en la muy superior creencia cristiana, a ir al resto del mundo como gurús mercantilistas, evangelizando a la ignorante y atrasada población en la muy superior doctrina occidental.
            No he parado de escuchar, en estos días, a infinidad de políticos españoles y europeos diciendo que, en esta guerra, nuestros valores democráticos deben imponerse sobre el resto. Pero es que la gente opina igual, en inmensa mayoría, convencidos de la bondad de nuestra forma de pensar, sin darles siquiera oportunidad a los demás de pensar algo diferente, o creer de forma distinta. Seguimos empecinados en que la democracia occidental, nuestra justicia o nuestra forma de vida son infinitamente mejor que las del resto. Tan imbuidos estamos de «nuestra verdad» que nos reímos de las creencias de todo el que no pertenezca a la civilización occidental. Yo mismo, y muchas veces, me he reído de la fe del yihadista que se inmola matando infieles, ya que cree que irá al Paraíso y estará acompañado eternamente por 72 huríes (ni una más, ni una menos). ¿Y cómo nosotros nos atrevemos a reírnos de esa forma de pensar, nosotros que creemos en la inmacula de la Virgen María, aunque cada vez menos?
            Es humano que pensemos que nuestros valores son los mejores y que, por lo tanto, nuestra civilización es la mejor. De hecho, los miembros del resto de civilizaciones existentes piensan de forma idéntica. Pero ya es hora de que las fuerzas vivas de nuestra civilización tomen conciencia de lo equivocados que estamos todos. Entiendo que los potentados empresarios occidentales sigan queriendo colonizar, económicamente hablando, a los demás, pues su única religión es el dinero, pero los intelectuales deberían reconocer que nosotros somos lo que somos, y ellos son lo que son. Nuestra civilización occidental proviene del cristianismo, del derecho romano, del latín, y las demás no, porque son varias y tienen otros orígenes. Desde que se crearon las primeras civilizaciones, hace más de 5.000 años, hemos tomado caminos diferentes, paralelos y, algunas veces, convergentes, pero nos ha modelado tal cual somos. Nuestra civilización occidental, nacida después de la caída del Imperio Romano Occidental, una vez que se asentaron los diferentes reinos de pueblos de procedencia germana, ha bebido de la tradición romana, pero después ha madurado de forma independiente, consiguiendo dos logros únicos: primero, la Revolución Militar (S.XVI-XVIII), que nos hizo extremadamente potentes en lo que a fuerza bruta se refiere; y segundo, la separación total de poder temporal y espiritual, que comenzó levemente en la Edad Media, con las discusiones constantes entre emperadores del Sacro Imperio y los papas, y que terminó, finalmente, con la Revolución Francesa. Estos dos logros fueron las bases para nuestro posterior dominio del mundo, hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial y los países colonizados empezaron a independizarse. Aunque que esto ocurriera no fue logro de ellos, sino que fue gracias a nuestra permisibilidad, y no porque fuéramos buenos, sino porque preferíamos, a partir de entonces, colonizarlos económica y culturalmente.
            Lo que nos sorprende es que no se dejen, o que alguien en particular se oponga a ello. Seguimos en la seguridad de que la democracia es lo mejor para todos, nuestra justicia es la más equitativa y la igualdad entre las personas y sexos que nosotros abogamos debería ser universal. Yo también creo que la democracia es la mejor forma de gobierno, aunque aún no la hayamos conseguido aplicar con total eficacia, la justicia debería ser equitativa para todos, y la igualdad entre personas y sexos es un derecho fundamental, pero yo soy español, perteneciente a la civilización occidental, por lo que es lógico que piense así. Otra cosa es que esté convencido que eso sea lo mejor para los miembros del resto de civilizaciones, que no lo ven de la misma forma.
            Para explicarme mejor, un ejemplo. En la civilización occidental está casi desterrada la pena de muerte, por considerarla injusta y demasiado definitiva, excepto en EE.UU., que también está en franca decadencia y terminará abolida, a corto o medio plazo. Los occidentales, en su mayoría, entre los que me cuento, no entendemos la pena de muerte. Para nosotros es también un asesinato, aunque sea institucional. Lo mismo es. Imaginemos, por un momento, un país perteneciente a otra civilización, con una extraña religión en la que para poder llegar al Paraíso, una persona deba reencarnarse varias veces, pasando por el infierno de vivir varias vidas defectuosas, hasta lograr vivir una vida modélica, a cuyo término conseguiría el tan ansiado premio. Pongámonos, ahora, que un habitante de ese país es detenido por asesinato y lo condenan a pena de muerte. Nosotros, los occidentales, pensaríamos que sería una injusticia y una barbarie, cuando los habitantes de ese país pensarían todo lo contrario. Ellos creerían que la pena de muerte para ese individuo sería indulgente, porque le harían terminar pronto con esa vida defectuosa y comenzar rápido otra, después de reencarnarse. Para ellos sería una crueldad dejarlo 40 años a la sombra viviendo esa vida imperfecta. Para ellos, los crueles seríamos nosotros, que lo encerraríamos de por vida, sin darle la oportunidad de reencarnarse con rapidez. Claro, nosotros nos reiríamos de sus creencias absurdas, pero, ¿y si son ellos los que tienen razón y no nosotros con ese hombre de hace 2.000 años al que hemos deificado?
            Todo esto nos lleva a lo mismo de siempre, la Empatía. Si queremos que ellos nos dejen en paz y no nos maten cada vez que se les antoje, hagamos nosotros lo mismo: no les matemos cada vez que queramos su petróleo, cada vez que nos venga en gana ponerles un gobierno democrático o cada vez que deseemos que se zampen hamburguesas y cocacolas. Y seamos lógicos. Permitámosles vivir su vida y creer sus creencias, sin reírnos de ellos ni pretender cambiarlos, porque no somos mejores que ellos. Eso sí, tampoco les dejemos que ellos nos cambien... aunque en los últimos 500 años, ninguna civilización ha pretendido influir en Occidente, porque llevamos esos mismos 500 años imponiendo nuestro criterio y nuestras armas, sin dejar respirar a nadie que no baile nuestra música.

            El Condotiero

domingo, 15 de noviembre de 2015

Tropezando con la misma piedra

             El octavo día de la tercera década del mes de floréal del año sexto de la República—17 de mayo de 1798—un joven general Bonaparte zarpaba del puerto de Tolon, con rumbo desconocido, al mando de un ejército de 30.000 militares y un millar de civiles, parte de ellos científicos y especialistas de diversas artes y materias. Hoy sabemos perfectamente el rumbo que tomó dicha expedición, pero en aquellas fechas se intentó guardar el secreto todo lo máximo que se podía, para evitar que fuera hundida en mitad del Mediterráneo, mucho antes de llegar a su destino, por la superioridad naval enemiga, esto es, por la flota británica. Lógicamente, cuando miles de personas saben algo, mantener el secreto era algo así como bastante ilusorio, por lo que Nelson partió con su flota fondeada en Gibraltar a la búsqueda del enemigo, cruzándolo dos veces, pero sin suerte para lograr interceptarlo. Quizá se nos haga difícil la idea en un mundo donde los satélites son capaces casi de distinguir el color de tus ojos, pero en esa época los vientos gobernaban los rumbos y la vista sólo alcanzaba hasta el horizonte curvado desde la cofia del palo mayor, el lugar más alto de un navío.
            El joven general Bonaparte—joven porque aún no había cumplido 30 años, general porque era su rango militar, ya que todavía no era conocido como Napoleón, pues ni siquiera había coqueteado por entonces con la política y estaba a las órdenes de la República de Francia—arribó a las costas egipcias. La campaña militar siguió su curso hacia el sur y, en la conocida como batalla de las Pirámides, supuestamente soltó su arenga que se haría famosa: «Soldados. Desde lo alto de estas pirámides, 40 siglos nos contemplan», reventando, acto seguido, al más numeroso pero anticuado ejército de mamelucos que tenía en frente.
            Pero, ¿qué hacía en Egipto un ejército francés? La idea del Directorio era, en un principio, golpear a Gran Bretaña. Aquél propuso al afamado general Bonaparte, que había conseguido una fulgurante victoria en su rápida campaña de Italia contra los austríacos y piamonteses, apenas dos años antes, para que la dirigiera, quizá con el anhelo de quitárselo del medio, pues un general popular no era conveniente en esa jovencísima República. Bonaparte, por supuesto, aprovechó la oportunidad. Él era un científico al que le encantaban las matemáticas, que tuvo que aprender primero en la escuela militar de Brienne y después en la Real Escuela Militar de París, donde se especializó en la muy científica artillería. Pero también era un apasionado hombre de letras, que devoraba con fruición los libros de Historia, anotando sus ideas a los márgenes de ellos, mientras se imaginaba que en un futuro él sería el nuevo Julio César o el nuevo Alejandro Magno.
            Sí, pero ¿para qué fue un ejército francés a Egipto, el «culo del mundo»? El plan era tomar Egipto como base para su posterior desplazamiento hacia el Oriente Próximo y, de allí, hacia la India, que era la joya británica. Francia no tenía oportunidad de cruzar el estrecho de Calais, que la separaba de su enemiga Gran Bretaña, ya que la superioridad naval británica se lo impedía, por lo que organizó ese arriesgado plan de atacar a su peor enemiga donde más le pudiera doler. Me podéis decir que es de locos no poder cruzar un estrecho de apenas 33 kilómetros de anchura e irse, en cambio, al otro lado del mundo para rendir a tu enemigo. Sí, claro, pero yo no hago la Historia, sólo la cuento.
            Entonces, ¿cómo pensaba Bonaparte y el Directorio que tal empresa podía llevarse a cabo? Pues porque tenían un arma secreta. La cosa no era conquistar tanto Egipto como el resto de los territorios bajo la influencia del sultán turco, hasta llegar a la India, sino levantarlos. Esos territorios estaban poblados por pobres gentes ignorantes de su situación, esclavizados por la religión y la fusta del turco, a los cuales se podía y se debía abrir los ojos. Ésa era el arma secreta de la expedición del general Bonaparte, la «Liberté, egalité y fraternité». Si, con ayuda de todos los civiles que llevaban, con los que se fundó hospitales, escuelas, casas cuna, etc, se lograba convencer al populacho que ellos no eran conquistadores, sino libertadores, podrían levantar a toda aquella masa humana para sus propios propósitos. Yo no estaba allí para verlo, pero la cara del general Bonaparte tuvo que ser un poema cuando los egipcios le preguntaron lo de «liberqué?, egaliqué?, fraterniqué?». Ya sabéis que la expedición francesa acabó fracasando y supongo que os imaginaréis el porqué: los egipcios no entendían que era eso que los extranjeros querían meterles en su cabeza. ¿Cómo era posible que una gente que no creía en Alá les dijera lo que era mejor para ellos? Ellos ya tenían unos imanes que les explicaban e interpretaban el Corán, lo demás les importaba un pimiento. Algo bueno, al menos, quedó de esa fracasada expedición: nació en Europa el amor por la antigua cultura egipcia, por sus templos y por la escritura jeroglífica. Pero ya está. No hubo más.
            Han pasado 217 años desde entonces, pero seguimos cometiendo los mismos errores. Los pobladores de esa región del mundo, con su idea de la familia, con sus ancestrales costumbres y con su religión por encima de todas las cosas, no comprenden que vayan unos descreídos a decirles qué es lo mejor para ellos. Ellos no vienen a nuestras casas para decirnos que lo mejor para nosotros sería calzarnos el burka y rezar cinco veces al día con el culo en pompa. Por eso, cuando nos empeñamos en decirles que deben adoptar la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres, la tolerancia hacia los homosexuales, etc, se molestan un poquillo, más si les matamos a sus líderes. Somos nosotros los que no comprendemos que cuando tienen algo de democracia votan a los Hermanos Musulmanes, porque en su religiosa sociedad no buscan a alguien que los gobierne, sino a alguien que les dirija espiritualmente. Somos nosotros los que no comprendemos que la mujer musulmana no quiere la igualdad con el hombre, porque hombres y mujeres musulmanes no son iguales, cada uno tiene sus roles que no se pueden entremezclar, y cada uno es muy importante según el ámbito en el que mueve, las mujeres como dueñas de la casa y los hombres fuera de ella. Somos nosotros los que no comprendemos que la homosexualidad es un delito para el credo musulmán, aunque luego hagan a escondidas lo que quieran, pero contra un dogma no se puede discutir.
            El Directorio francés de 1798, en Egipto, y el gobierno de EE.UU. en este siglo XXI, en Afganistán e Irak, cometieron el mismo error, creyendo que podrían «evangelizar» a esas retrasadas gentes, sin comprender que esas gentes tienen otras formas de pensar y, que, quizá, a diferencia de los occidentales, no tengan la avidez material como fin último de la existencia, sino que hay algo más, su religiosidad y forma de ver la vida, muy por encima de los valores de Occidente.
            Pero claro, tal vez ni el Directorio francés ni EE.UU. fueron del todo sinceros en sus objetivos, pues ninguno de ellos era el que dichas poblaciones vivieran mejor. Eso era sólo un medio para conseguir de verdad lo que querían, que era la estabilidad promocionada para que ellos tuvieran las manos libres para lo que de verdad perseguían, que era arrebatar la India a los británicos, por parte del Directorio, y controlar el petróleo, por parte de EE.UU.

            El Condotiero

viernes, 13 de noviembre de 2015

El principal enemigo de Occidente

             Somos testigos, de nuevo, del enésimo ataque yihadista a Occidente, esta vez en pleno centro europeo, en la capital de Francia, París. Vuelve el recuerdo de lo ocurrido hace varios meses a la revista satírica Charlie Hebdo, cuyas oficinas estaban situadas en la misma ciudad.
            Pero la vida corre demasiado deprisa. Igual que olvidamos lo de ese semanario francés, la semana próxima apenas recordaremos la nueva masacre de ciudadanos indefensos. Occidente es así, y hay demasiado «panem et circense» como para dejar un hueco permanente a las víctimas propiciatorias de nuestra estupidez.
            Quiero, aquí, realizar un profundo análisis de la situación en la que nos encontramos. Para hacerlo, es absolutamente perentorio tomar cierta distancia. Un análisis profundo de la situación requiere dejar atrás sentimentalismos y humanitarismos. El análisis pretende eso, buscar las causas de la situación, para reconocer sus consecuencias, olvidándonos por completo de cuestiones relacionadas con el corazón. ¿Por qué incido tanto en esto? Porque adelanto que algunas de las cosas que diré serán duras y mucha gente podría tacharme de lo que no soy, ya que sólo analizo la situación, no tengo por qué compartirla.
            ¿Cuál es el principal enemigo de Occidente? Muchos pensaréis que me refiero al fanatismo islámico, pero estáis equivocados. Creo que el principal enemigo de Occidente es el mismo Occidente. Los mismos valores que son los principios de la civilización Occidental, son también su «talón de Aquiles». En el nuevo orden mundial, Occidente es la civilización más poderosa y, por ello mismo, es la que tiene más enemigos. Pero nuestros principios de solidaridad, democracia, libertad, fraternidad, igualdad, etc, no se corresponden con los valores del resto de las civilizaciones. Creemos, puesto que son los nuestros, que son lo mejores, pero no tiene por qué ser así. De hecho, son nuestros valores y a nosotros nos funcionan, más o menos, pero no hay obligación para que funcionen en otras civilizaciones, con otras costumbres, otras ideas y otras religiones.
            Así, la secularización, aconfesionalización y, por último, laicización de la sociedad occidental, ha dejado un hueco enorme por donde se están introduciendo otras religiones, sobre todo el Islam. Pero el Islam no se cuela solo, se cuelan las costumbres e ideas de las personas que profesan dicha religión, que pertenecen a otra cultura y civilización, cuya forma de vivir no tiene nada que ver con Occidente.
            Esto tan básico que estoy explicando, y tan mal visto últimamente, ya lo sabían hace 500 años. Es la razón por la cual los Reyes Católicos expulsaron a los judíos y Felipe III a los moriscos. No era racismo, como se suele decir, era el evitar una difícil convivencia entre personas de diferentes culturas y civilizaciones. Porque no es cuestión de color de piel, sino de costumbres y creencias.
            ¿Por qué los yihadistas nos atacan con bombas y subfusiles, a nosotros, el pueblo llano, que estamos indefensos? No los voy a apoyar, pero mi deseo es comprenderlos. Lo hacen porque no les queda otra. Ellos no pueden combatir con portaaviones o misiles contra el Occidente que les dicta los gobernantes que deben tener, que les impone democracias que ni quieren ni comprenden, que les obliga a poner los precios del petróleo que a nosotros nos conviene, etc, etc, etc. Occidente se ha metido en sus vidas a la fuerza y queremos que lo acepten y lo acaten, pero no es así. Muchos no lo hacen y se inmolan contra nosotros. Es su única forma de combatirnos, pero nosotros no la comprendemos, de la misma forma que no comprendíamos a los kamikaze japoneses. Pero al igual que ocurrió aquello, inaudito para nuestra forma de pensar, está ocurriendo esto ahora. No aprendimos nada hace 70 años y lo estamos pagando en la actualidad. Diferentes civilizaciones tienen diferentes formas de pensar y vivir, ni mejores ni peores que las nuestras, sólo diferentes, y hasta que no entendamos eso, lo llevaremos crudo.
            No digo que el Islam en general sea malo, ni nada por el estilo, sólo que es diferente. Si nuestra civilización era cristiana y ahora es agnóstica, prácticamente, no deberíamos permitir que otra creencia se instale entre nosotros, porque eso sólo nos traerá problemas. Nuestros valores occidentales nos dicen que cada uno puede creer en lo que quiera, que debemos ser misericordiosos con esos pobres refugiados que huyen de las guerras, que debemos ser tolerantes con distintas formas de pensar... pero esto nunca ha sido así en la Historia. Ha ocurrido solamente de forma puntual. Lo normal es aniquilar al otro y no dejarle el más mínimo espacio dentro de nuestra propia civilización. Los valores a los que ha tendido nuestra civilización, con una permisibilidad absoluta, serán también su tumba.
            Si queremos que haya paz con las otras civilizaciones, sobre todo con la islámica, que nos pilla más a mano, tenemos que hacer dos cosas: la primera es dejarlos tranquilos, no inmiscuirnos en sus gobiernos ni en sus recursos; la segunda es más peliaguda: expulsar de Occidente a todo miembro de cualquier civilización que no sea la nuestra. Sé que ambas cosas son casi imposibles, la primera porque las grandes empresas no lo permitirían, aunque la gente que esté a favor de ello luego se queje del precio del gasoil, o de los neumáticos, o de los teléfonos móviles. La segunda sería la misma gente la que no estaría dispuesta a echar de aquí a millones de chinos, musulmanes y demás, por ser inmoral.
            ¿Cuál es, entonces, el futuro que nos espera? Más de lo mismo. Contra un tío con un kalashnikov no se puede combatir con satélites espías, misiles nucleares ni submarinos. Es demasiado fácil matar a alguien, siempre que no te importe tu propia vida, en la creencia de que lo que haces es lo justo y será recompensado.
            Así, mientras nos mantengamos fieles a nuestras ambiciones económicas y a nuestros valores occidentales, que yo también creo justos, estaremos cabreando a buena parte del mundo, y una parte de esa buena parte seguirá entre nosotros, como quintacolumna, machacándonos. ¿Qué harán los gobernantes que deberían preocuparse por nuestro bienestar? Más recortes de libertad, pero siempre será por nuestra seguridad, no vayamos a pensar mal.

            El Condotiero

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Nuestra sociedad: generadora de antiempáticos

             Llevo cierto tiempo haciendo campaña por la Empatía, sentimiento que creo es fundamental no sólo para el desarrollo del ser humano en particular, sino también para un justo establecimiento de relaciones entre las personas que forman una sociedad. Si todos los habitantes de un país o ciudad tuviesen la Empatía como valor principal, no existirían ni los crímenes, ni la corrupción ni nada que se le parezca. Sé que esto es utópico, pero al menos deberíamos hacer algo para ir por ese camino, y no todo lo contrario, como hace esta sociedad.
            Este planteamiento me nace de un suceso que me ha ocurrido en particular a mí, y también a mi esposa, y es en referencia a un golpecito que tuvo ella con el coche. Estaba aparcando cuando tuvo un roce con el coche que tenía justo delante. Fue un roce casi sin importancia, sobre todo en un coche que ya tenía golpes por todos lados, más cuando fue contra el paragolpes. Mi esposa, a diferencia de lo que hacen el resto de los conductores españoles, dejó una nota en el parabrisas del coche afectado. Los propietarios del mismo, una vez que vieron la nota, se pusieron en contacto con ella para pasar al seguro los daños. Hasta ahí todo bien, incluso lógico. Nuestra sorpresa fue que dos meses antes de tener que renovar el seguro, en Génesis Auto, éste nos informa de su deseo de no renovación. No nos explican el porqué, aunque resulta evidente. Lo sorprendente del asunto es que hemos estado con ellos tres años en los que no hemos tenido parte alguno y, ahora, por ese leve roce, nos echan a patadas, cual apestados. Lo de apestados es cierto, porque he estado buscando una nueva compañía que nos asegure y sí, lo hacen, pero suben 80 € el montante total del seguro, sólo por ese leve roce en tres años.
            ¿Qué consecuencias saca uno de esta experiencia? Mi esposa, que en realidad hizo lo que debía hacer, moralmente hablando, no volverá a repetirlo. Seguro. Si produce el más ligero daño a otro coche, se callará cual hetaira e intentará darse a la fuga, como buena española. Yo también lo haré, si me ocurre. Podéis tenerlo por firmado.
            ¿Y al dueño del otro vehículo? ¿Nos ponemos en su lugar? No, que le den. Que contrate un todo riesgo o se compre una plaza de garaje para salvaguardar su coche. En esta sociedad, ponerse en el lugar de los demás, ser empático, es de tontos.
            Si esto sólo se quedase en el tema de daños, por nimios que sean, a coches, sería una pamplina. El verdadero problema es que las mismas leyes te castigan si eres empático. Yo mismo siempre le digo a mi esposa que si eres testigo de un robo, una violación o incluso un asesinato, las leyes de este país te fuerzan a sólo denunciarlo, llamando a la policía. No se te ocurra meterte por medio, porque saldrás escaldado, de una forma u otra. Si, por ejemplo, intentas evitar la violación de una desconocida (que a ti ni fu ni fa), enfrentándote al violador, pueden ocurrir dos cosas: o te pega una paliza y terminas en el hospital o en una caja de pino, o le pegas una paliza, terminando el violador en el hospital o en una caja de pino, por lo que tú darías con tus huesos en la cárcel. ¿Es justo? No, por lo tanto abstente de intervenir, porque como lo hagas, sales perdiendo.
            Hay quien diría que, en fin, al menos la sociedad te vería como un héroe. Mentira. Ahí tenemos el caso del profesor Jesús Neira, salvajemente golpeado por un australopithecus bellacus, por intentar mediar entre él y su novia, a la que estaba sometiendo a violencia de género. Jesús Neira jamás se recuperó de las heridas recibidas, hasta su muerte, pero es que, además, fue vilipendiado públicamente por la víctima salvada por él, ganando sus buenos euros por acudir a programas deleznables, de una cadena deleznable, para ponerle de vuelta y media.
            ¿Qué enseñanza sacamos de todo esto? Que el profesor Jesús Neira jamás debió meterse de por medio y que la bestia parda aquella (no digo su nombre, porque no debe ser recordado de manera alguna) siguiera pegando a su novia, que resultó ser una desvergonzada de cuidado.
            Por lo tanto, nuestra sociedad no avanzará hacia ningún sitio si premia a los antiempáticos mientras castiga a los que de verdad se preocupan por el bien de los demás, porque los mismos políticos son miembros de la sociedad a la que pertenecen y representan, ya que salen de ella (no hay máquinas clonadoras de políticos). Y una sociedad antiempática crea políticos antiempáticos. ¿Qué hacen los políticos antiempáticos? Pues no gobiernan con moralidad, roban lo que pueden y viven a cuerpo de rey, sin merecérselo, ya que no trabajan bien para ello. Los políticos no son superhombres, sólo son el reflejo de la sociedad en la que viven, y una sociedad amoral, corrupta y antiempática sólo puede producir políticos amorales, corruptos y antiempáticos.

            El Condotiero

lunes, 9 de noviembre de 2015

La importancia de los símbolos

             Mantener y respetar los símbolos que nos representan es importante a la hora de salvaguardar nuestra identidad, del mismo modo que lo es el comprenderlos.
            Ahora está de moda el tema catalán, por lo que es de obligada actualidad el hablar de él. Quizá no todos los españoles comprendan los símbolos catalanes, ya que aquí, en el resto de España, no respetamos demasiado ni nuestras banderas ni nuestros himnos, con la creencia, quizá, que son cosa del franquismo, como si la izquierda nunca hubiera tenido símbolos, o como si los independentistas catalanes no antepusieran sus símbolos por encima de todo lo demás, teniendo en cuenta, además, que el principal partido independentista catalán, Esquerra Republicana, es de izquierdas, como su nombre indica.
            Yo estuve hace un tiempo en Cataluña, en Barcelona para más exactitud, pasando una semana en casa del primo de mi esposa, semana que compartí con él y con sus amigos y que, todo hay que decirlo, fui muy bien tratado y pasé unos días muy divertidos. Pero lo que sí que me sorprendió sobremanera era su afición absoluta por la cerveza Estrella Damm. Jamás había visto cosa igual. De hecho, un amigo del primo de mi esposa tenía toda una vitrina dedicada a merchandising de esa marca de cerveza. Huelga decir que en el bar de abajo, que en esa semana hicieron el agosto, aunque era octubre, el único que bebía San Miguel, que estaba de oferta, era el menda, porque los catalanes buscan desesperados su Estrella Damm, como si cualquier otra cerveza les fuese a quemar sus ilustres paladares. Es más, el primo de mi esposa estuvo un mes antes en Cádiz y parecía un alma en pena buscando Estrella Damm, cual si fuera un yinkana.
            Esa incomprensión que yo tenía ante esa costumbre catalana, que más que costumbre ya parecía paranoia, se apagó el día que vi una señera colgada de un balcón. Ni que decir tiene que fue como si se me apareciera la Virgen, puesto que todas mis dudas y temores desaparecieron como por ensalmo. Yo soy una persona que necesito entender, y ahí lo entendí todo, de un vistazo, tal que así:
   

    





         

    

        Entonces, viendo el panorama que se nos avecina, con un enrocamiento de las posiciones políticas catalanas y su posible escisión futura, no sería descabellado pensar que una vez abierta la caja de Pandora, todos los demás quieran lo mismo que ellos, pues estarían en su derecho. Eso daría lugar a un desgajamiento sistemático del Estado español. Yo, con una visión de futuro que sobrepasa a la del común de los mortales, me he adelantado a los acontecimientos y he corrido cual galgo cazador al Registro de la Propiedad Intelectual, para evitar que alguien me pise la idea de la próxima bandera de Andalucía Independiente. ¡Anda que no me voy a jartar de ganar dinero ni !
            Si alguien puede tener alguna duda de cómo sería, aquí se la muestro:

          




        
                Pero como sabemos que la cosa irá a peor, si nos acordamos de lo que ocurrió en Bosnia-Herzegovina, que los bosnios se independizaron de Yugoeslavia, pero luego los serbio-bosnios se querían independizar de Bosnia, hay que estar al loro. Siempre puede ocurrir que los andaluces orientales estén un poco cansados del centralismo de Sevilla, por lo que decidan, después, independizarse de Andalucía occidental. No problemo. Todo ya pensado y mascado. Por si acaso, la tengo preparada:



      
     
                 No me quiero quedar ahí, pues soy de una ciudad con mucha historia, que no sólo proclamó la primera Constitución española, sino que también tuvo un pasado independiente. El Cantón de Cádiz fue fundado el 19 de julio de 1873, secundando al de Cartagena. Sí, de acuerdo, fue efímero, pues no duró más de dos semanas, pero ahí está, eso no nos lo quita nadie. ¿Quién sabe si en una España desvencijada donde el grito sea «sálvese quien pueda», nuestro querido alcalde el Kichi proclame la independencia de Cádiz? Podría ser en un pleno del Ayuntamiento, después de votarse si hay Dios o Diosa del Carnaval y las Ninfas correspondientes, y entre tortillita de camarones y tortillita de camarones, voilá, se proclama de nuevo el Cantón de Cádiz. No os preocupéis amigos, que lo tengo todo preparado por si ocurre, como podéis observar:


     

              Creo que con esto podemos estar más tranquilos con lo que nos depare el futuro, pues nos hemos adelantado a él de una forma eficiente a la par que coqueta.

            El Condotiero