Continuamente
nos llenamos la boca con la palabra Igualdad. Nos encanta pronunciarla, como si
fuera un elixir de juventud, la panacea de todos nuestros males, que sólo
deletreándola conseguiríamos, cual sortilegio, que todo lo imposible se haga
posible, al menos probable.
Como ya he comentado en más de una
entrada, es uno de los valores principales de nuestra civilización occidental,
uno de los pilares en los que se basaban nuestros padres de la democracia, los
sabios ilustrados del siglo XVIII. Lo que no podían saber esos magníficos
ilustrados es hasta qué punto hemos prostituido sus descendientes aquellas tres
palabras favoritas. La Fraternidad occidental deja mucho que desear, ya que el
amo es el dinero, únicamente el vil dinero. Todo lo que se hace en aras de la
fraternidad tiene un fin último pecuniario: los artistas y las televisiones que
hacen galas benéficas, consiguen publicidad y royalties por ella; las
fundaciones benéficas desgravan en Hacienda, por lo que finalmente también
poseen carácter ahorrativo; y la gente en general sólo mira por sus intereses,
careciendo de la empatía necesaria para ayudar a los demás de forma altruista.
Si se puede, uno se aprovecha del próximo, y lo podéis comprobar con el video
viral del Dr. Gaona,
que no nos deja a los españoles en muy buen lugar.
Con respecto a la Libertad, qué
decir. Creemos los europeos que nuestra sociedad es el culmen de la libertad,
engañándonos a nosotros de forma continuada y perversa, porque, en el fondo,
sabemos que no es así. Estamos controlados por las administraciones como nunca
antes en la Historia de la humanidad, gracias a todos los nuevos aparatitos que
con tanta alegría compramos. Internet es sinónimo de libertad, pero en realidad
lo es del control de las personas, y, de esa forma, de nuestra falta de
libertad. Dicen los «listos» que si uno no tiene nada que ocultar, no debe
temer el ser controlado, pero es una falacia tremenda, ya que el control absoluto
de todas las facetas de una persona lo hacen prisionero del controlador, pero,
claro, el controlado ha caído bajo el síndrome
de Estocolmo y llega no sólo a perdonar a su controlador, sino también a
justificarlo, todo sea por nuestra seguridad.
Pero esta entrada la he querido
vincular al tercer pilar de la democracia, la Igualdad. Es gracioso que en una
sociedad que es todo menos igualitaria, nos guste pregonar esa dichosa
palabrita. Nadie en nuestra sociedad quiere la igualdad. Nadie lucha por ella,
sino todo lo contrario. Los nacionalistas no desean ser iguales al resto de los
españoles, queriendo estatutos que marquen sus diferencias y, por qué no
decirlo, que remarquen que su comunidad es mucho mejor que las restantes,
persiguiendo un mejor trato hacia ellos. Las feministas, por mucho que
despotriquen contra el machismo, desean lo mismo pero con un cambio de sexos,
es decir, quieren que las mujeres sean mejor tratadas que los hombres en todos
los ámbitos de la sociedad. Los jóvenes quieren privilegios para ellos, por ser
jóvenes. Los viejos desean que se les trate mejor que a nadie, ya que para algo
son viejos. Los ricos quieren seguir siendo ricos y que continúen las
desigualdades económicas. Los pobres no quieren que las desigualdades económicas
se acoten e incluso se reviertan, que sería lo lógico, desean que continúen,
pero entrando ellos, a modo personal, a formar parte del magnífico club de
millonarios, por mor de una primitiva
o un euromillones.
Y no me invento nada. Esto es tan
así que hasta los políticos deben redundar en las desigualdades para poder
obtener votos. Por ejemplo, la ley de violencia de género es lo más desigual
que hay España. Es flagrante su incorporación a nuestra sociedad, de tal modo
que si dices algo contra ella eres un absoluto machista. Claro, luego ocurren
cosas como la de esa mujer que se tira por un balcón, después de haber hecho lo
propio con sus dos hijas, y resulta que ella es una víctima, porque padecía depresión
postparto. Yo eso lo entiendo, pero me pongo a pensar qué hubiera ocurrido si
hubiera sido un hombre, por padecer depresión por que le hubieran despedido del
trabajo, por ejemplo. Yo, como siempre, considero que los asesinatos lo son por
el hecho de serlo, no por quién los comete. De tal forma, me parece igual de
deplorable que un marido mate a su mujer a que una esposa mate a su marido. Que
la mayoría de casos es violencia del hombre hacia la mujer, por supuesto. Que
debiera intentar defenderse a las mujeres que sufren maltrato y protegerse por
todos los medios posibles, también. Pero eso no significa que miremos hacia
otro lado cuando una esposa mata a su marido, por ser excepcional. Dicen que la
ley trata de igualar las fuerzas, que un hombre es más fuerte que una mujer.
Esto es discrepable, porque creo que una mujer con un cuchillo puede ser más
fuerte que un hombre, entonces, ¿cómo aplicaríamos ahí la violencia de género?
Ah, no, que no se aplica, porque sólo existe si la ejerce un hombre contra su
esposa.
Si queremos luchar contra las
desigualdades y promulgar una verdadera igualdad, debemos hacerlo desde la
base. Lo más importantes es concienciarse de que todos somos iguales, no solo
ante la ley. Para luchar contra el machismo que durante tantos años ha existido
en nuestro país, perpetuado por nuestras abuelas, todo hay que decirlo, lo
primero es asegurarnos que lo hacemos desde la igualdad, porque si nos vamos al
lado contrario, estamos finalmente haciendo lo mismo, pero al revés. También es
importante el tener claro los datos y los números, conocer la realidad de las
cosas y que no nos manipulen. Por ejemplo, con respecto a los datos que dicen
que una mujer cobra de media un 24% menos que un hombre por el mismo trabajo.
Para empezar, lo niego rotundamente. Probablemente haya puestos de trabajo
donde esto sea así, pero no es ni mucho menos algo general. Hay tres millones
de funcionarios en España, y es seguro que en ese gran estamento la igualdad
salarial es patente. Cada uno cobra por el nivel que posea, ni más ni menos. Yo
he trabajado durante muchos años en varias empresas privadas y puedo corroborar
que en ninguna de ellas se cobraba menos por ser mujer. Cada uno cobraba a
razón de su trabajo realizado, ni más ni menos, no por ser mujer u hombre se
cobraba menos o más. Pero en España se habla de medias, y no sé cómo lo harán.
Supongo que habrá casos, y muchos, donde una mujer cobra menos porque trabaja
menos horas, ya que tiene que ir a por los niños, o le gusta estar con ellos,
por lo que habrá pedido una reducción de horas y. por tanto, obtendrá también
una reducción de salario. Pero esto es lógico, no hacerlo así sería castigar a
los que siguen trabajando todas sus horas y sería también injusto. Y que no me
digan que la mujer se tiene que hacer cargo de los niños, porque en un mundo en
el que queremos desarrollar la igualdad, podría ser el padre el que se hiciera
cargo de los niños, y no la madre. Pero eso es una cuestión familiar y es cada
pareja la que debe planteárselo, no poner en un brete a las empresas,
tildándolas de machistas.
Mucha gracia me hacen los políticos
que son tan igualitarios que proclaman la paridad. No hay nada más peyorativo
que la paridad impuesta, porque es decir a la cara a la mujer que como no vale,
que no se preocupe, que la pondremos en un cargo para el cual no vale porque
los porcentajes así lo requieren. Pues yo no quiero la paridad, pretendo la
efectividad de aquellos que nos gobiernan. No deseo un consejo de ministros
paritario, lo que quiero es un consejo de ministros eficaz. Así, si todos los
ministros son hombres, que lo sean, como si todos son mujeres, me da igual, lo
importante es que se elija para los cargos a las personas más cualificadas,
independientemente de su sexo. Lo mismo puedo decir con respecto a la empresa
privada. Pero hay un partido político tan obtuso que esto no lo ve, que sigue
con el erre que erre con lo de la paridad y ya intentó hace unos años obligar
también a las empresas a la paridad. Y eso no es así, la igualdad se alcanzará
cuando no se tenga en cuenta el sexo de las personas para ser impulsadas a un
cargo, ya sea en la empresa privada o en la pública.
Pero como he dicho en el título,
esto me parece una utopía, puesto que aquí todos buscan sólo su beneficio
personal y a los demás que le den, porque el progreso nos ha traído
deshumanización, las redes sociales y los móviles nos impiden ver qué le pasa
al que tenemos al lado, sino es por medio de una pantallita, o a través de unos
auriculares. Perdiendo el contacto con nuestra realidad, nos volvemos cada vez
más máquinas y menos humanos, perdemos la poca fraternidad y empatía que nos
quedaba, convirtiéndonos en borregos, que después de todo es lo que les
interesa a los poderosos.
El Condotiero
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