miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hormiguitas humanas

             Las hormigas, como seres individuales, no tienen la menor relevancia, solamente importa la supervivencia de la colonia. La colonia es como un gran ente vivo por el cual todos los sacrificios merecen la pena. Todo lo que haga falta con tal de que la colonia vaya pasando de generación en generación, incluso combatir contra otras colonias.
            Creo que es un símil parecido al de las civilizaciones humanas. ¿A quién importa que 200.000 franceses fueran guillotinados por conseguir unos derechos que hoy creemos fundamentales? Si se piensa fríamente, esos franceses ya estarían muertos de todas formas, al igual que el resto de franceses de esa época, pues ya han pasado más de dos siglos desde entonces.
            Las luchas entre las civilizaciones que se están produciendo desde la caída del Telón de Acero son como las luchas entre las distintas colonias de hormigas. Podemos pensar que los individuos son importantes, pero realmente no es así, puesto que dentro de 100 años habremos muerto todos, de una forma o de otra, y sólo quedará nuestro legado.
            En el siglo XX se produjeron varios hechos históricos de importancia capital para comprender lo que está pasando hoy en día. Como es natural, las cosas no ocurren porque sí, sino que tienen un origen, unas causas que producen unas consecuencias. Y esas consecuencias son las que estamos viviendo ahora mismo. Lo primero que se produjo fue una gran guerra civil europea, con una tregua de por medio de 25 años. Esa gran guerra civil europea fueron las dos guerras mundiales, aunque en ella participaron países de fuera de Europa. La gran guerra civil europea supuso varias cosas: el fin de las guerras entre hermanos de la misma civilización occidental, ya que desde entonces no ha vuelto a ocurrir algo así y los países europeos se han ido uniendo bajo la bandera de la Unión Europea; el otro hecho fue la puesta en práctica de una ideología comunista en un gran país como Rusia, el cual alcanzó con ella cotas de poder que hasta entonces nunca había alcanzado bajo el yugo de los zares.
            Prácticamente el resto del siglo XX estuvo encauzado con la lucha de ideologías. Se formaron dos bloques antagónicos, el occidental y el comunista, basados ambos en cuestiones ideológicas. Se creó, posteriormente, un tercer bloque, los no alineados, conociéndose como el Tercer Mundo, aunque después esta denominación tuviera carácter peyorativo debido a la pobreza de la mayoría de sus miembros.
            Hasta la caída de la URSS las naciones no se juntaban por la civilización a la que pertenecían, sino por ideologías: si eras demócrata, a la OTAN (aunque podías no ser comunista pero tampoco demócrata y querer participar de ésta, por lo que te permitían ser país asociado, aunque no miembro, como le ocurrió a la España de Franco, que no entró en la OTAN hasta que éste murió y le sucedió una democracia); si eras comunista, al Pacto de Varsovia; si no querías decantarte por ninguna de las dos alianzas, al Tercer Mundo. ¿Qué ocurrió cuando cayó el Telón de Acero y la URSS se desmembró? Pues que cada gallina a su gallinero y la gran mayoría de los antiguos miembros de las dos alianzas fueron a juntarse con los que más se parecían a ellos, es decir, con los países hermanos de su propia civilización. Por ejemplo, los países bálticos se unieron a la OTAN y a la Unión Europea, al igual que Polonia, República Checa y Hungría, antiguos países comunistas, y Austria y Finlandia, países que no lo eran pero estaban obligados a permanecer neutrales por orden del Politburó. En cambio, países como Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, etc, fueron asociándose con la antigua Rusia, que comenzaba a encabezar la civilización eslava y ortodoxa. Por ello, sinsentidos como que Grecia pertenezca a la Unión Europea es ahora visto por muchos como un error, ya que el mismo Putin ha dejado claro que si Grecia quiere dejar de pertenecer a una Unión Europea que la reprende continuamente por su mala gestión del país, Rusia la acogería con agrado. Que los griegos ortodoxos anticomunistas se unieran a la OTAN contra la URSS, no significa que ahora odien a Rusia, que ya no es comunista y está más cercana a su sentir que Europa occidental.
            Lo que está ocurriendo en el mundo desde la caída del comunismo es una reorientación de intereses y alianzas. Así, el mundo occidental, la civilización más fuerte, ha iniciado un combate feroz contra la civilización islámica, la antigua enemiga religiosa. Desde el 11-S hemos invadido varios países islámicos y hemos acogotado al resto. Queremos que estén calladitos mientras ven cómo Occidente se hace con sus recursos y coloca gobiernos afines a sus propios intereses. Los occidentales, las hormiguitas, no entendemos que unos cuantos locos se inmolen y ponemos el grito en el cielo cada vez que eso ocurre en París, o en Londres, o en Madrid, o en Nueva York, pero nos da igual que lo hagan en todos los países de África o Asia, a no ser que caigan turistas occidentales, que entonces si que la noticia requiere gran cobertura. Los miembros del resto de civilizaciones no son tontos, ni siquiera los musulmanes, por lo que ellos ven lo que nosotros no queremos ver. Como dice Samuel P.Huntington, en su libro Choque de civilizaciones, acerca de las pretensiones universalistas de nuestra civilización, queriendo que todas las naciones sean demócratas y tengan nuestros mismos valores: «La hipocresía, los dobles raseros y los “sí pero no” son el precio de las pretensiones universalistas. Se promueve la democracia, pero no si lleva a los fundamentalistas islámicos al poder; se predica la no proliferación nuclear para Irán e Irak, pero no para Israel; el libre comercio es el elixir del crecimiento económico, pero no para la agricultura y la ganadería; los derechos humanos son un problema con China, pero no con Arabia Saudí (n.a.: nuestro socio); la agresión contra los kuwaitíes que poseen petróleo es enérgicamente repudiada, pero no la agresión contra los bosnios, que no poseen petróleo».
            Este autor explica con ese párrafo los sentimientos de aquellos que ven claras nuestras ansias de hacernos con el planeta, a nuestro gusto, con los dobles raseros que nunca deben existir y yo repudio constantemente, tanto en la política como en la justicia como en cualquier tema. Pero los occidentales no queremos ver ese doble rasero. No nos importa, que te calles, que no te escucho. Yo llevo un tiempo diciendo que EE.UU. no puede decirle a Irán que no debe tener armas nucleares, cuando posee el mayor arsenal de armas nucleares del planeta. Con esto no quiero decir que yo esté de acuerdo con que Irán posea armas nucleares, sólo incido en la incoherencia resultante. Es como si el presidente de la comunidad de vecinos de tu edificio te dijera que no puedes tener perro en tu casa, por estar prohibido, mientras él tiene siete u ocho.
            Y nosotros, las hormiguitas humanas, somos prescindibles. Todos somos prescindibles, incluidos los presidentes, porque ellos pasarán, tarde o temprano, y lo único que quedará será el legado de la civilización occidental. Al igual que millones de hormiguitas humanas fueron lanzadas contra las ametralladoras durante la gran guerra civil europea, sin importarles un pimiento a sus dirigentes, los caídos por los atentados yihadistas tampoco importan mucho. Otra cosa es que se den golpes en el pecho, pero les da igual. Y es comprensible, porque en una Europa de 500 millones de occidentales, que caigan 132 es un número totalmente irrisorio. Por supuesto que tienen que acudir a actos donde se vean compungidos por la matanza, para mantener las formas y porque el resto de la población, la que debe tener miedo y apoyar sus reformas antiliberales, son las que tendrán en su mano el voto para las siguientes elecciones. Pero las 132 víctimas de París eran sólo peones del gran juego. Los dirigentes occidentales son también piezas de ese gran juego que se juega a nivel planetario, el juego de las civilizaciones, aunque sean piezas de mayor calado, pero son también prescindibles. Quizá haya que sacrificar a alguna de ellas con tal que sobreviva la pieza maestra, que es nuestra civilización. Lo demás no importa.
            Saber esto tampoco va a cambiar nada, pues como hormiguitas humanas que somos no podemos cambiar las reglas del juego, sólo podemos atenernos a nuestra labor diaria, que es pagar los impuestos y estar dispuestos a ser sacrificados en aras de una jugada mejor. Pero sabiéndolo nos da la posibilidad de intentar vivir mejor lo que nos quede de juego a cada uno de nosotros, sin odios ni rencores que no llevan a ninguna parte, pero que nos hacen más infelices.

            El Condotiero

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