Seguimos
erre que erre empecinados en nuestra
razón y nuestra soberbia. Pero lo malo no es escuchar pamplinas y falsedades,
quizá algunas no de forma intencionada, aunque otras sí, de boca de supuestos
«expertos» y periodistas que pretenden serlo, sino también de personas que
tienen cierto poder, por muy temporal que sea, como el presidente Obama, de los
EE.UU., que dijo en rueda de prensa, a raíz del ataque yihadista en París:
«esto no sólo ha sido un ataque a Francia, sino a la humanidad». ¿Cómo que a la
humanidad? Perdone, señor presidente, ha sido un ataque a Occidente, a su
civilización y a su forma de vida, nada más. Decir que ha sido un ataque a toda
la humanidad es lo más soberbio que he escuchado últimamente, ya que está dando
por hecho que la civilización occidental ya ha dominado al resto de
civilizaciones, haciéndose universal, por lo que un ataque a nuestra
civilización presupone un ataque a todo el planeta.
Otra cosa sería que en otros lugares
del Mundo la gente pueda estar apenada por lo ocurrido, pero eso no tiene por qué
significar que el ataque haya sido dirigido a ellos. Hasta que no comprendamos
que la civilización occidental es una de las que existen hoy en día y no la
única, seguiremos en guerra constante contra las demás. Tenemos que
respetarlas, al igual que queremos que ellos respeten la nuestra. Se trata de
un quid pro quo, pero estamos tan
acostumbrados a sentirnos superiores, desde hace más de 500 años, que no
pensamos que los demás puedan tener algo que aportar. Lo nuestro es lo mejor y
punto. Porque lo digo yo. Así, en Occidente hemos abandonado los dogmas
cristianos y nos hemos pasado al dogma occidental. Hemos pasado de ir a las
Indias o a Asia y África como misioneros, evangelizando a la ignorante y
pecadora población de aquellos lares en la muy superior creencia cristiana, a
ir al resto del mundo como gurús mercantilistas, evangelizando a la ignorante y
atrasada población en la muy superior doctrina occidental.
No he parado de escuchar, en estos
días, a infinidad de políticos españoles y europeos diciendo que, en esta
guerra, nuestros valores democráticos deben imponerse sobre el resto. Pero es
que la gente opina igual, en inmensa mayoría, convencidos de la bondad de
nuestra forma de pensar, sin darles siquiera oportunidad a los demás de pensar
algo diferente, o creer de forma distinta. Seguimos empecinados en que la
democracia occidental, nuestra justicia o nuestra forma de vida son
infinitamente mejor que las del resto. Tan imbuidos estamos de «nuestra verdad»
que nos reímos de las creencias de todo el que no pertenezca a la civilización
occidental. Yo mismo, y muchas veces, me he reído de la fe del yihadista que se
inmola matando infieles, ya que cree que irá al Paraíso y estará acompañado
eternamente por 72 huríes (ni una
más, ni una menos). ¿Y cómo nosotros nos atrevemos a reírnos de esa forma de
pensar, nosotros que creemos en la inmacula
de la Virgen María, aunque cada vez menos?
Es humano que pensemos que nuestros
valores son los mejores y que, por lo tanto, nuestra civilización es la mejor.
De hecho, los miembros del resto de civilizaciones existentes piensan de forma
idéntica. Pero ya es hora de que las fuerzas vivas de nuestra civilización
tomen conciencia de lo equivocados que estamos todos. Entiendo que los
potentados empresarios occidentales sigan queriendo colonizar, económicamente
hablando, a los demás, pues su única religión es el dinero, pero los
intelectuales deberían reconocer que nosotros somos lo que somos, y ellos son
lo que son. Nuestra civilización occidental proviene del cristianismo, del
derecho romano, del latín, y las demás no, porque son varias y tienen otros
orígenes. Desde que se crearon las primeras civilizaciones, hace más de 5.000
años, hemos tomado caminos diferentes, paralelos y, algunas veces,
convergentes, pero nos ha modelado tal cual somos. Nuestra civilización
occidental, nacida después de la caída del Imperio Romano Occidental, una vez
que se asentaron los diferentes reinos de pueblos de procedencia germana, ha
bebido de la tradición romana, pero después ha madurado de forma independiente,
consiguiendo dos logros únicos: primero, la Revolución
Militar (S.XVI-XVIII), que nos hizo extremadamente potentes en lo que a
fuerza bruta se refiere; y segundo, la separación total de poder temporal y
espiritual, que comenzó levemente en la Edad Media, con las discusiones
constantes entre emperadores del Sacro Imperio y los papas, y que terminó,
finalmente, con la Revolución Francesa. Estos dos logros fueron las bases para
nuestro posterior dominio del mundo, hasta que terminó la Segunda Guerra
Mundial y los países colonizados empezaron a independizarse. Aunque que esto
ocurriera no fue logro de ellos, sino que fue gracias a nuestra permisibilidad,
y no porque fuéramos buenos, sino porque preferíamos, a partir de entonces,
colonizarlos económica y culturalmente.
Lo que nos sorprende es que no se
dejen, o que alguien en particular se oponga a ello. Seguimos en la seguridad
de que la democracia es lo mejor para todos, nuestra justicia es la más
equitativa y la igualdad entre las personas y sexos que nosotros abogamos
debería ser universal. Yo también creo que la democracia es la mejor forma de
gobierno, aunque aún no la hayamos conseguido aplicar con total eficacia, la
justicia debería ser equitativa para todos, y la igualdad entre personas y
sexos es un derecho fundamental, pero yo soy español, perteneciente a la
civilización occidental, por lo que es lógico que piense así. Otra cosa es que
esté convencido que eso sea lo mejor para los miembros del resto de
civilizaciones, que no lo ven de la misma forma.
Para explicarme mejor, un ejemplo.
En la civilización occidental está casi desterrada la pena de muerte, por
considerarla injusta y demasiado definitiva, excepto en EE.UU., que también
está en franca decadencia y terminará abolida, a corto o medio plazo. Los
occidentales, en su mayoría, entre los que me cuento, no entendemos la pena de
muerte. Para nosotros es también un asesinato, aunque sea institucional. Lo
mismo es. Imaginemos, por un momento, un país perteneciente a otra
civilización, con una extraña religión en la que para poder llegar al Paraíso,
una persona deba reencarnarse varias veces, pasando por el infierno de vivir
varias vidas defectuosas, hasta lograr vivir una vida modélica, a cuyo término
conseguiría el tan ansiado premio. Pongámonos, ahora, que un habitante de ese
país es detenido por asesinato y lo condenan a pena de muerte. Nosotros, los
occidentales, pensaríamos que sería una injusticia y una barbarie, cuando los
habitantes de ese país pensarían todo lo contrario. Ellos creerían que la pena
de muerte para ese individuo sería indulgente, porque le harían terminar pronto
con esa vida defectuosa y comenzar rápido otra, después de reencarnarse. Para
ellos sería una crueldad dejarlo 40 años a la sombra viviendo esa vida
imperfecta. Para ellos, los crueles seríamos nosotros, que lo encerraríamos de
por vida, sin darle la oportunidad de reencarnarse con rapidez. Claro, nosotros
nos reiríamos de sus creencias absurdas, pero, ¿y si son ellos los que tienen
razón y no nosotros con ese hombre de hace 2.000 años al que hemos deificado?
Todo esto nos lleva a lo mismo de
siempre, la Empatía. Si queremos que ellos nos dejen en paz y no nos maten cada
vez que se les antoje, hagamos nosotros lo mismo: no les matemos cada vez que
queramos su petróleo, cada vez que nos venga en gana ponerles un gobierno
democrático o cada vez que deseemos que se zampen hamburguesas y cocacolas. Y seamos lógicos. Permitámosles
vivir su vida y creer sus creencias, sin reírnos de ellos ni pretender
cambiarlos, porque no somos mejores que ellos. Eso sí, tampoco les dejemos que
ellos nos cambien... aunque en los últimos 500 años, ninguna civilización ha
pretendido influir en Occidente, porque llevamos esos mismos 500 años
imponiendo nuestro criterio y nuestras armas, sin dejar respirar a nadie que no
baile nuestra música.
El Condotiero
No hay comentarios:
Publicar un comentario