miércoles, 28 de octubre de 2015

¿Jalouín?

             Hace poco, un amigo mío me retaba a que escribiese sobre este tema en cuestión, haciéndome esta pregunta: «¿por qué en mi centro de enseñanza (y otros) ponen trabas a que se ponga un belén y al mismo tiempo embadurnan las paredes con cosas de la m..... ésa del Halloween?». Y aquí estoy yo, tan calentito, que me atrevo a lo que sea menester.
            Desde luego, la forma de empezar es achacando la responsabilidad a su propio gremio, pues fueron los profesores (sobre todo los maestros de Primaria) los que iniciaron la costumbre del Jalouín en nuestro país, supongo que buscando una forma de aprender de forma entretenida, para que los niños se hicieran sus propios disfraces y, quizá, interpretasen algún papel. Después de todo, la idea puede que no fuera tan mala, además que entronca con una tradición antiquísima del pueblo celta, que fueron los que dominaron Europa (aunque no como entidad, sino en tribus dispersas) antes de la creación del Imperio Romano, desde la isla de Gran Bretaña hasta los Balcanes e incluso más allá, porque un pueblo de galos se trasladó a la península de Anatolia, dando lugar a los Gálatas, hoy más conocidos por una carta que les dirigió San Pablo que por otra cosa. Además, dominaron la mitad norte de la Península Ibérica.
            Se podría decir muchas cosas de Halloween, como que es la fiesta de All Hallows´ Eve, que podríamos traducir como Víspera de Todos los Santos, que, curiosamente, sí tenemos en nuestra cultura. Esta festividad, en el mundo celta, era la más importante, puesto que era su fin de año y se contraponía con la fiesta de mitad de año, que es la noche de Walpurgis, seis meses antes. Pero, si nosotros ya tenemos una fiesta de fin de año celta, que es Todos los Santos, y una fiesta de mitad de año, que es el Día del Trabajador (sé que no tiene nada que ver, pero cae el mismo día), ¿por qué tomamos las fiestas extranjeras? No lo sé, pero esto está en consonancia con la manía cristiana de celebrar las fiestas autóctonas pero con otros nombres, así se iban cambiando poco a poco las costumbres del lugar, sin que resultase chocante y produjese enfrentamientos. Era más cuestión de asimilar que de vencer o convencer.
            Pero sobre las bondades o no del Jalouín no quería yo versar este tema, sino sobre lo otro, del porqué se pone trabas para montar un belén en un colegio. Las costumbres, pues, cambian, y una de las tradiciones en España es montar belenes cuando llega la fiesta de Navidad, el Solsticio de Invierno, Hannukah o lo que quieran ustedes llamar a las fiestas que celebramos en nuestro final de año. Por tanto, si una mayoría de la población, o de padres de alumnos de un colegio, no desean que se monte un belén, pues que no se monte y punto, no pasa nada, ni creo que el mundo vaya a peor por ello. Lo que sí creo que hace que el mundo vaya a peor es que una minoría minoritaria imponga su criterio a los demás. En Andalucía tenemos el caso no sólo de los belenes, sino que ni siquiera hay fotografías de nuestro rey en las aulas, porque hay padres a los que les molesta. Y me pregunto, ¿quiénes se creen que son estos padres para imponer sus ideas al resto? La cuestión de la monarquía o república no es algo que deba tener sentido ni debate en las aulas de Primara, porque los niños no tienen derecho a voto. Pero es que, además, el rey es el rey de todos los españoles, nos guste o no, hasta que España se convierta en una república, si esto llegase a suceder algún día.
            Y éste es el principal problema de nuestra sociedad y, por ende, de nuestra democracia: nos dejamos gobernar por las minorías. Quizá sea porque esas minorías, conscientes de que lo son, hacen más ruido que las mayorías, intentando contrarrestar el número, por lo que son finalmente más escuchadas y dan la sensación, aunque no es real, que más que minoría, son mayoría.
            Y es algo que se da en todos los ámbitos de la vida, no sólo en el político. Así, si un padre no quiere que se monte el belén en la clase de su hijo, despotricará hasta límites insospechados, mientras el resto de padres, de los que unos cuantos estarán de acuerdo con él, otros cuantos estarán en contra pero no querrán meterse en follones, y la mayoría pasará del asunto, porque les importará un pimiento, asistirán a la bajada de pantalones del profesor/profesora del colegio/instituto, o del director/directora del mismo, porque, después de todo, tampoco puede hacer nada al respecto (ni desean perder sus puestos de trabajo por un rifirrafe sin sentido). La autoridad que siempre se ha presupuesto a los maestros o profesores se ha ido perdiendo en nuestra sociedad, siendo constantemente ninguneados y desprestigiados por los mismos padres que luego quieren que aquéllos se hagan enteramente responsables de la educación y bienestar de sus hijos, como si el aprendizaje de un niño concluyera a la misma hora que suena la campana de fin de clase.
            ¿Por qué ocurre esto? Pues porque, como ya he cementado más de una vez, aunque no hay una democracia real en España, aunque no hay voto, sí hay voz. Aquí cualquiera puede decir lo que le venga en gana y opinar del tema que quiera sin el más mínimo conocimiento o información del mismo. De acuerdo, yo también hablo de lo que quiero y como quiero, pero, al menos, intento documentarme al máximo de mis posibilidades y, lo que es más importante, creo que soy coherente con mis ideas. Yo soy proclive a escuchar a quien haga falta, e incluso a respetar sus ideas, pero sólo con una condición: que sea coherente con ellas. Por esa razón me fastidia mucho que existan padres que estén en contra de los belenes en el colegio, pero que luego acepten que sus hijos tomen la Primera Comunión, gastándose, para celebrarlo, miles de euros en el convite. Pero los hay aún peores: los padres que se niegan a que sus hijos tomen la Primera Comunión de manos de la Iglesia Católica, pretendiendo que hagan una Comunión civil, al igual que ya intentaron un bautismo civil. Esto es mezclar las churras con las merinas, para mi gusto, por lo que esos padres no me merecen ningún respeto, ni ellos ni sus ideas.
            Si usted está en contra de las celebraciones cristianas, porque no se considera como tal, y espera a que sus hijos sean mayores de edad para que tomen sus propias decisiones, tanto políticas como religiosas o de lo que sea, adelante, me parece perfecto. Sea coherente con sus ideas, las que puedan ser, y le respetaré, pero respete usted también a los demás, que también tendrán sus ideas, siempre que sean coherentes, claro. Si usted quiere ser escuchado, debe escuchar a su vez a los demás. O si desea celebrar lo que quiera, debe permitir que los demás celebren lo que les dé la gana. Ya no es simplemente una cuestión de coherencia, sino también de convivencia. Pero en eso, como en otras muchas cosas, los españoles estamos bastante más por detrás de lo que deberíamos, pues arrastramos un legado penoso del siglo XX, que es la intolerancia de la Segunda República, sumada a la intolerancia del Franquismo. Por ello, en 1978 se creó una Constitución votada por la mayoría, pero que a día de hoy no gusta a casi nadie, y también se forjó una sociedad «democrática» que no sabe pensar, que no sabe discutir y que no sabe amoldarse a los demás (amoldarse no en el sentido de dejarse manejar).
            Este mal tiene poco remedio, a excepción de la lectura. Por norma general, los que leen mucho son más tolerantes que los que no leen, pero, por desgracia, en España no se compran muchos libros y, lo que es peor, el 90% de los que se compran no se leen, aunque hacen bonito en la estantería.

            El Condotiero

No hay comentarios:

Publicar un comentario